Stephen F. Eisenman, CounterPunch.com, 17 febrero 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Stephen F. Eisenman es profesor emérito de Historia del Arte en la Northwestern University y autor de Gauguin’s Skirt (Thames and Hudson, 1997), The Abu Ghraib Effect (Reaktion, 2007), The Cry of Nature: Art and the Making of Animal Rights (Reaktion, 2015) y otros libros. También es cofundador de la organización sin ánimo de lucro para la justicia medioambiental Anthropocene Alliance. Junto con la artista Sue Coe, acaba de publicar American Fascism, Still para Rotland Press.
Adivinanza
¿Qué da más miedo?
A) Cientos de bases militares, todas ellas dotadas de armamento ofensivo avanzado, controladas por tu enemigo declarado, cerca de tu corazón.
o
B) Bases militares inacabadas en tres pequeñas islas, repletas de armas defensivas, a unas 9.000 millas de la capital de tu nación. Además, unos cuantos globos.
Respuesta: B, pero solo si eres Estados Unidos, la superpotencia insegura.
La nación con más bases enemigas cerca de su frontera es China. Solo en Japón y Corea del Sur hay cerca de 200 instalaciones estadounidenses. La semana pasada, Estados Unidos anunció que añadiría cuatro bases más a las cinco ya existentes en Filipinas. Una de ellas, en la isla de Itbayat, está a solo 93 millas de Taiwán, al otro lado del estrecho de Taiwán desde China. Cuando esté terminada, estará lo suficientemente cerca como para atacar la China continental en cuestión de minutos, desplegando las armas no nucleares -y posiblemente nucleares- más temibles del mundo. Estados Unidos almacenó bombas nucleares en Filipinas durante décadas en virtud de un acuerdo con Ferdinand Marcos. Ahora existe preocupación entre los isleños de que el nuevo presidente, Ferdinand Marcos Jr. (alias «Bongbong«), pueda reactivar el acuerdo. La mayoría de los filipinos no quiere convertirse en blanco de una futura guerra entre Estados Unidos y China por el estatus de Taiwán. La mayoría de los estadounidenses tampoco.
La remota base militar china temida por Estados Unidos se encuentra en las islas Spratly, en el mar de China Meridional. No alberga cohetes balísticos capaces de alcanzar el territorio continental de Estados Unidos, cuenta con una única pista de aterrizaje y lleva más de una década en construcción. El número de personal chino en las islas es incierto, aunque las fotografías aéreas muestran carreteras y calles prácticamente vacías. Tom Shugart, destacado investigador del Center for a New American Security, lo explica así: «No se trata precisamente de multitudes, pero tampoco es nada».
Las autoridades estadounidenses han sembrado el pánico en los medios de comunicación en torno a la base china, presentándola como un medio artero de «controlar el Mar de China Meridional». También lo han utilizado para justificar el actual «pivote hacia Asia» anunciado hace una década por Barak Obama, y el estratosférico presupuesto militar que lo respalda. El actual temor a los globos se está utilizando con el mismo propósito, pero se está convirtiendo rápidamente en una cuestión risible. Preguntado por los periodistas el pasado fin de semana si otros objetos no identificados en el espacio cercano podrían ser de origen extraterrestre, el jefe del Mando Norte de las Fuerzas Aéreas, el general Glen D. VanHerck, dijo: «No he descartado nada en este momento». Hay motivos para esperar un anuncio inminente y bipartidista por parte de senadores y representantes estadounidenses de un «cúmulo de globos» o incluso de un «cúmulo de ovnis» que solo puede colmarse con un aumento del presupuesto del Pentágono.
Estados Unidos gastará más de 817.000 millones de dólares en su ejército el año que viene, más que las nueve naciones siguientes del mundo juntas, sin incluir 300.000 millones para veteranos, 115.000 millones para jubilaciones militares, 80.000 millones para servicios clandestinos y 60.000 millones para Seguridad Nacional. Ese nivel de gasto en seguridad -más de 1,3 billones de dólares (una cuarta parte de todo el presupuesto estadounidense)- es tan elevado que resulta casi imposible realizar nuevas inversiones significativas en la salud, la seguridad o el bienestar de los estadounidenses. El gasto en defensa también desplaza el gasto para mitigar el calentamiento global. Por lo tanto, Estados Unidos no es solo la superpotencia insegura, sino la superpotencia que se autolesiona, posiblemente incluso suicida. El país necesita urgentemente una intervención: ¿cuándo recibirá la ayuda que necesita?
La teoría de la inseguridad
Las teorías de la inseguridad están implícitas en innumerables obras de la literatura universal, incluidas epopeyas, sagas y novelas. Gilgamesh estaba preocupado por el miedo a morir olvidado; Moisés se sentía inseguro por su impedimento para hablar; Ricardo III por su joroba; y Leopold Bloom por su judaísmo y onanismo. Todos ellos tienen en común la percepción de una carencia que solo puede remediarse mediante una compensación excesiva. Las deudas psíquicas nunca se pagan, solo se compensan de más.
La teoría psicoanalítica de Sigmund Freud sobre la neurosis (lo que algunos psicólogos posteriores llamaron inseguridad) estuvo influida por la literatura clásica que amaba. Freud sostuvo en “La interpretación de los sueños” (1900) que la mente humana tiene una topografía compuesta de tres niveles, consciente, preconsciente e inconsciente, y que el último de ellos es la fuente principal del miedo, la ansiedad, la inestabilidad y la neurosis. Un poco más tarde, Freud cambió su enfoque al desplegar un modelo estructural para la mente, argumentando que está compuesta de tres zonas: Id, Ego y Superego. Pero de nuevo, el Id inconsciente es donde está la acción. La represión de los deseos ocultos, especialmente los sexuales, da lugar a una sobreactuación del ego, por ejemplo, comportamientos violentos, fetichistas u otros socialmente aberrantes. Más tarde, Karen Horney cuestionó las afirmaciones de Freud sobre las raíces psicológicas de la inseguridad y la ansiedad. Según ella, las mujeres estaban incapacitadas por la discriminación social y respondían a ella con una sobrevaloración del amor. Los hombres se sentían inseguros por su incapacidad para dar a luz o amamantar, y sobrevaloraban esa carencia denigrando o maltratando a las mujeres.
En general, se ha entendido que la inseguridad es un problema individual, ya sea de origen interno o externo. Hoy, con el declive de la popularidad de la terapia psicoanalítica y el auge de la cognitivo-conductual, se presta mucha más atención a las fuentes externas de la inseguridad. Los analistas sociales y políticos hablan de inseguridad en la vivienda, inseguridad alimentaria, inseguridad laboral, inseguridad en las relaciones, inseguridad en la imagen corporal, inseguridad de edad e inseguridad de género, todas ellas determinadas por presiones o limitaciones culturales y económicas. De hecho, en la actualidad se enumeran tantos tipos de inseguridad que incluso las personas más seguras pueden perder el equilibrio con solo leer sobre ellas.
Pero de lo que se habla menos es de la patología de la inseguridad nacional o estatal. No me refiero a la inseguridad, por ejemplo, de las naciones del Sur Global que han sido invadidas, colonizadas y explotadas durante generaciones por naciones más grandes y ricas del Norte. No hay nada sorprendente en que un país pobre se sienta inseguro mientras está bajo la bota de otro más rico. Pero que un país rico se sienta así respecto a otro pobre, o un país poderoso respecto a otro débil, es patológico. Eso es lo que caracteriza la postura actual de Estados Unidos, que se queja constantemente de las amenazas de Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Irán, Afganistán, Rusia y China. A pesar de ser el país más poblado del mundo y la segunda economía más grande, la capacidad militar de China, como se ha señalado anteriormente, es muy inferior a la de Estados Unidos. ¿Qué inseguridad ha provocado la agresión estadounidense hacia China? ¿Cuál es la naturaleza de la inseguridad que mueve a la única superpotencia mundial a dirigir invasiones, ordenar bloqueos, imponer sanciones y librar guerras frías o calientes contra naciones mucho más débiles que China?
EE. UU. en el sofá: La culpa básica
Estados Unidos se fundó con la idea de liberarse de los grilletes coloniales. Sin embargo, para muchos, entre ellos Thomas Paine y William Blake, representaba mucho más que eso: revolución universal, antiesclavitud y libertad frente a la ley opresora. El panfleto de Paine, Common Sense, publicado en vísperas de la revolución de 1776, galvanizó a masas de lectores a favor de la causa de la emancipación del colonialismo británico. Paine también vilipendió la esclavitud. En un poema de hacia 1790, escribió: «Ver a la desdichada descendencia africana arrancada/de todo lo que el corazón humano aprecia/ver a millones condenados a llorar encadenados». El poeta y artista británico William Blake plasmó la misma idea de emancipación combinada nacional e individual en su poema iluminado America, a Prophesy (1793). En él eludía el anhelo de libertad de los Fundadores con el deseo de libertad de los esclavos, como si George Washington, Benjamin Franklin y Thomas Paine -todos ellos citados por Blake- fueran ellos mismos hombres y mujeres negros que trabajaban en los campos encadenados, anhelando su liberación:

William Blake, America, a Prophesy, lámina 3, detalle, New Haven, Yale Center for British Art.
Washington habló: Amigos de América, mirad sobre el Atlántico;
Un arco inclinado se alza en el cielo, y una pesada cadena de hierro
desciende, eslabón a eslabón, desde los acantilados de Albión a través del mar, para atar
Hermanos e hijos de América….
Que el esclavo que muele en el molino salga al campo,
Que mire al cielo y ría en el aire brillante;
Que el alma afligida, encerrada en la oscuridad y en el suspiro,
Cuyo rostro nunca ha visto una sonrisa en treinta cansados años,
Levántate y mira hacia afuera; sus cadenas están sueltas, las puertas de su calabozo están abiertas…
Porque el Imperio ya no existe, y ahora el León y el Lobo desaparecerán”.
Sin embargo, a pesar de estas exhortaciones poéticas, la nueva nación se construyó sobre la roca de la esclavitud racial. El compromiso de los tres quintos, que otorgaba un poder desproporcionado a los estados esclavistas, el colegio electoral y la creación de un Senado no representativo (y, en aquella época, no elegido) ponen de manifiesto el enorme déficit de democracia en el núcleo de las instituciones de gobierno de la nación.
En su libro The basic fault (1969), el psicoanalista húngaro Michael Balint describió una circunstancia en la que un paciente admite gradualmente al terapeuta una lesión o falta psíquica tan profunda que afecta a toda su mente y su cuerpo. Balint escribe:
El paciente dice que siente que hay un defecto dentro de él, un defecto que debe corregirse… [que] la causa de este defecto es que alguien le ha fallado al paciente o se ha fallado; y [que] una gran ansiedad invariablemente rodea esta área, normalmente expresada como una demanda desesperada de que esta vez el analista no debería -de hecho no debe- fallarle.
Los Estados Unidos están aquejados por un defecto básico, una carencia, derivada de los fracasos de sus padres fundadores. Washington, Jefferson, Adams y el resto, a pesar de la idealización de Blake, respaldaron la esclavitud, el racismo y las leyes e instituciones que los apoyaban. Las generaciones posteriores de funcionarios electos y nombrados fomentaron la Guerra Civil, Jim Crow y el terrorismo del Ku Klux Klan; frustraron la segregación escolar y minaron las protecciones que ofrecía la Ley de Derechos Civiles de 1964; crearon COINTELPRO, libraron una guerra racista contra las drogas y permitieron que reinara la brutalidad policial y el encarcelamiento masivo. Las grandes desigualdades de ingresos, riqueza y salud caracterizan el orden social actual. El defecto básico de la nación, que se remonta a su fundación, creó una profunda inseguridad, sobrecompensada por la fantasía del excepcionalismo estadounidense y la juiciosa proyección de poder en el extranjero. El paciente aún no ha admitido su lesión y, hasta que no lo haga, ningún analista podrá ofrecerle tratamiento.
El Museo Wende de la Guerra Fría
Con las trágicas imágenes de la guerra de Ucrania en la cabeza, pero antes de que las farsescas guerras de globos entraran en nuestra conciencia colectiva, viajé a Culver City, en el condado de Los Ángeles, para visitar el Museo Wende de la Guerra Fría. Ubicado en una antigua armería de la Guardia Nacional construida en 1949 (un icono de la época), el museo alberga más de 100.000 objetos de arte y diseño, así como archivos, libros, panfletos, cartas y objetos efímeros que documentan la Guerra Fría mundial, principalmente las décadas comprendidas entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la desintegración de la Unión Soviética en 1991. Me invitó mi amigo David James, gran estudioso del cine experimental y de vanguardia, que recientemente donó al museo su colección de cientos de carteles, postales, botones y otros objetos efímeros chinos, la mayoría del periodo de la Revolución Cultural (1966-76).

Fábrica de esculturas de Jingdezhen, el camarada Mao cruza el Yangsé, c. 1966-76. (Colección privada).
En el Wende me recibió una joven y brillante conservadora llamada Jamie A. Kwan. Es la responsable de la inteligente y sorprendente exposición actual, (De)constructing Ideology: The Cultural Revolution and Beyond. En ella se exponen cerámicas de Jingdezhen (durante mucho tiempo capital china de la porcelana), así como carteles, esculturas, fotografías, pinturas y otros objetos. La mayoría de ellos se produjeron durante la Revolución Cultural, que duró una década, impulsada por el presidente del Partido Comunista Mao Zedong y dirigida por estudiantes y otros jóvenes. Su objetivo era librar al país de sus «Cuatro Viejos»: viejas ideas, vieja cultura, viejos hábitos y viejas costumbres. Más concretamente, el objetivo era ampliar el programa de modernización comunista iniciado durante el Gran Salto Adelante (1958-1963) y hacer que la nación fuera totalmente autosuficiente en agricultura e industria, así como en ideología. Se destruyeron templos y artefactos confucianos y budistas, y se purgaron los vestigios de la cultura y la ideología «burguesas» de los programas de enseñanza y los órganos de gobierno. Gran parte de la limpieza fue violenta e insensata.
Jamie me guio por la exposición, empezando por una sección de arte chino reciente y vanguardista que reflexionaba sobre la Revolución Cultural, y continuando por el material histórico que constituía el núcleo de (De)constructing the ideology. El material más reciente era vívido y convincente, por ejemplo: Gran crítica – Coca Cola de Wang Guangyi, una pintura de influencia pop derivada del famoso ballet El destacamento rojo de las mujeres (1964); y el gran fototríptico de Xing Danwen Nacido con la Revolución Cultural (1995). Este último representa a la amiga embarazada del artista, desnuda, en tres poses, rodeada de iconos de Mao. La sugerencia es que, para bien o para mal, la historia cultural y política es una base para la nueva vida, tanto como la leche materna: la política como una especie de epigenética.
Por muy eficaces que fueran la instalación y las explicaciones de Jamie, no pude evitar preferir el arte nuevo al antiguo. Comprendí que los iconos de Mao, los carteles y las cerámicas con escenas de la Guardia Roja, muy legibles, debían dirigirse a campesinos y obreros, no a un burgués cosmopolita como yo; y que el arte de la Revolución Cultural era posiblemente tan complejo y sofisticado dentro de su contexto como cualquier otro. Pero, sinceramente, no me lo creía: la mayor parte del arte y el diseño me parecían kitsch.
Y entonces me asaltó un pensamiento inquietante: que mis preferencias estéticas eran en realidad una coartada para la violencia de la guerra fría y caliente infligida por Estados Unidos a tantas naciones del mundo, China y Rusia incluidas. Yo también me sentía profundamente inseguro, incapaz de aceptar o incluso reconocer la acusación del capitalismo democrático (y neoliberal) en el corazón de (De)constructing the Ideology. Yo también tenía miedo: No de ninguna base militar lejana ni de globos vaporosos en la estratosfera, sino de una superpotencia que carece de introspección, de la capacidad de superar la inseguridad o del deseo de curar su núcleo herido.
Imagen de portada: Ferdinand Holder, La noche, 1890, Kunstmuseum, Basilea.