Hisham Bustani, Middle East Eye, 4 marzo 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Hisham Bustani es un galardonado escritor, comentarista y activista jordano.
¿Por dónde empezar cuando se trata de Palestina? Una injusticia de 74 años, si empezamos a contar desde la Nakba de 1948, y de más de un siglo si empezamos desde el acuerdo Sykes-Picot de 1916 y la colonización británico-francesa de la región. Este último es un cálculo más sensato, ya que estos acontecimientos históricos sentaron las bases de las tragedias que siguieron, permitiendo y reforzando la presencia colonial.
La tragedia de los palestinos nos deja sin palabras, pues nos encontramos ante una evidente violación de la humanidad, en caso de que se aplicaran los principios de justicia y conciencia. Pero nuestro mundo es un mundo de poder, dobles raseros y narrativas fraudulentas, todo ello agravado por la grotesca reivindicación de los invasores de una naturaleza «civilizada», junto con interminables sermones sobre la libertad, la democracia y los derechos humanos, convirtiendo estos conceptos en propaganda carente de significado.
El mundo no está formado sólo por Europa y Estados Unidos. Mientras que ambas regiones han disfrutado de una relativa tranquilidad, paz y prosperidad desde la Segunda Guerra Mundial, manteniendo su equilibrio mediante proyectos de ley «humanitarios» y leyes «internacionales», y de un privilegiado estatus económico global, las mismas circunstancias no se han extendido al resto del mundo, al que se ha dejado languidecer bajo diversas formas de esclavitud, opresión, intervención extranjera y guerra.
El significado subyacente y la implicación de términos como «superpotencias» hacen necesaria la existencia de «entidades menores» en la esfera de control de las primeras, no sólo dentro de un marco político-económico-militar, sino también en el contexto de los medios de comunicación, la cultura, el lenguaje y la narrativa. Así, la demostración de poder no se limita a la violencia, sino que puede expresarse en forma de narrativas imaginadas.
Palestina forma parte de ese «otro mundo». Es una tragedia evidente pero oculta, ruidosa pero silenciada, una parodia que a menudo se describe como un «asunto complicado». Esta frase reductora da carta blanca a quienes se niegan a adoptar una postura sobre un asunto escandalosamente sencillo: el de un movimiento nacionalista que evolucionó en Europa, se basó en un mito religioso y, en el contexto de la colonización británica y francesa del mundo árabe tras la Primera Guerra Mundial, comenzó a limpiar étnicamente toda una región, destruyendo a la población local, su historia y sus recuerdos, y estableciendo mediante el terrorismo y la guerra una colonia sobre los escombros.
Alejados de su hogar
No se puede culpar a los palestinos del racismo y el antisemitismo europeos, que se desarrollaron, crecieron y siguen existiendo en el patio trasero del «faro de la civilización». Las comunidades judías árabes y sefardíes se mantuvieron fuertes hasta la fundación de Israel, prosperando en momentos en que algunos de sus miembros destacaban en campos como la literatura, la política, la filosofía y el comercio.
Mientras que los judíos de Europa sufrieron persecución durante siglos, las comunidades árabes judías gozaron de una relativa estabilidad hasta que el movimiento sionista las alejó de sus comunidades de origen en Yemen, Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Líbano, Siria e Iraq, sumiéndolas en una profunda perplejidad. El poeta judío marroquí Sami Shalom Chetrit, que viajó dentro y fuera de Israel, lo capta con gran sensibilidad en una carta al poeta palestino Mahmoud Darwish titulada «Un mural sin muro«:
No tengo tal patria, ni en la escritura ni en la tierra
Pero no me compadezcas: no es eso. A la hora de la verdad, yo soy el asesino
Y mil peticiones contra la ocupación no me ayudarán, soy el soldado
Que mata tres palomas una y otra vez con un solo disparo
Y es una cuestión de pura costumbre.
Fui yo quien disparó al caballo abandonado, solo, junto a la casa que se convirtió en mi nuevo hogar
Y fui yo quien selló bien sus ventanas contra el llanto de los dolientes.
Y fui yo quien selló el pozo con hormigón blindado
para no ver ni oír la vida dentro del agua.
…
Soy un poeta-carcelero, no creas ni una palabra de lo que digo,
Soy el carcelero de mí mismo y de mis palabras
Cuyas alas están cortadas, y de mi sueño que vaga,
Sin dirección exacta donde descansar
Israel, esta «ciudad sobre una colina» al este del Mediterráneo, no surgió de un vacío. No es más que la continuación de un sangriento linaje colonial europeo que ha causado estragos en el mundo. Sus desastrosos vestigios resuenan hasta hoy, manifestándose en la crisis de los refugiados en el Mediterráneo, en los cuerpos que se traga el mar y mueren congelados tras las vallas que acogen exclusivamente a las «rubias de ojos azules«, a las que «se parecen a nosotros”.
Este racismo fue antaño una bestia latente, dormida en la extrema derecha y testimoniada en actos «individuales» de violencia policial letal contra los negros; pero hoy, en el «civilizado» siglo XXI, se expresa en la corriente dominante.
Atrocidades coloniales
La Palestina de hoy es los EE. UU. de ayer, donde la Tierra Prometida era estéril y salvaje, a la espera de ser habitada, sus indígenas reducidos a elementos de la naturaleza, monstruos, sombras o fantasmas. Todas las atrocidades cometidas por los colonizadores sionistas blancos están inscritas en el pasado colonial de Europa, y se entienden, aceptan y normalizan como tales.
Como suele ocurrir con la historia colonial de Europa, sus secuelas han sido ignoradas, e incluso celebradas. Esto fue más evidente en la celebración oficial británica del centenario de la Declaración Balfour, una declaración que ha causado a los palestinos estragos, asesinatos y desplazamiento.

Una mujer palestina pasa por delante del muro de separación israelí en Belén, en los Territorios Palestinos ocupados, el 28 de diciembre de 2022 (Reuters)
En su discurso en una cena para conmemorar el centenario, la entonces primera ministra Theresa May dijo que Gran Bretaña estaba «orgullosa de nuestro papel pionero en la creación del Estado de Israel», sin la menor referencia a cómo el ilegítimo derecho colonial británico, al conceder derechos que no eran suyos, ha afectado enormemente al destino de muchas personas indefensas, destruyendo sus vidas. Los palestinos, al igual que sus parientes indígenas en las colonias europeas, no existen a los ojos coloniales, sin que se conceda ningún valor o consideración a sus luchas o a su propia existencia.
La «carga del hombre blanco» es, por tanto, cierta y real. Es la carga de una historia repleta de asesinatos y esclavitud, evidenciada por las capitales económica y culturalmente prósperas del Norte Global rebosantes de la sangre y las lágrimas del Sur Global, cuyos pueblos han sido abandonados a su suerte, subproductos insignificantes de la batalla por la civilización en tierras saqueadas, quemadas, encadenadas e incrustadas de bases militares, residuos nucleares y desarrollo impedido.
El discurso sobre Palestina es un discurso sobre la historia del colonialismo europeo blanco y sus consecuencias en sus excolonias, así como sobre la historia de las comunidades indígenas invisibles secuestradas y pisoteadas en aras de la construcción de la «civilización» occidental. Israel nació de esa historia y abrazó su propio proyecto colonial independiente de colonos después de 1948, que sigue activo y eficaz en el siglo XXI como resultado de -y aquí reside la tragedia y la esperanza- la continua resistencia indígena de generaciones que se niegan a abandonar su tierra.
Si no fuera por esa resistencia, el colonialismo de colonos en Palestina se habría convertido en una mancha olvidada en la faz de una humanidad que ha asumido vergonzosamente las atrocidades coloniales de colonos anteriores.
Clasismo y racismo
Los palestinos de hoy son la suma de una larga historia en la que han participado desde los albores de la «civilización» en Mesopotamia, el Levante y el antiguo Egipto, hasta nuestros días. Son, como el resto de nosotros, el resultado de una historia humana extensa y colectiva. La diversa existencia palestina de musulmanes, cristianos, drusos, bahais, judíos y kurdos, entre otros, expone el verdadero escándalo de la naturaleza excluyente de Israel, derivada del eurocentrismo blanco.
El clasismo y el racismo son características clave del Israel actual; en la cúspide de la pirámide racial se sitúan los judíos asquenazíes, blancos europeos. Les siguen los judíos árabes y los de origen «oriental», y en las filas más bajas se encuentran los judíos negros africanos.
Las poblaciones indígenas son invisibles desde que los colonizadores declararon que se apoderaban de una «tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra». Por ello, los «pueblos sin tierra» han erradicado activamente esta existencia diversa y rica en favor de su propia narrativa exclusivista.
Este y otros innumerables ejemplos pueden añadirse a una enorme pila de pruebas que desmienten las afirmaciones coloniales sobre la fundación de la «civilización».
La creatividad literaria revela una profunda y arraigada firmeza, supervivencia y persistencia: una acumulación histórica de lengua, cultura, sociedad y literatura, que niega fronteras, límites, divisorias y vallas religiosas, culturales e históricas. Los habitantes de Palestina, antes de que llegaran los colonizadores y forjaran las fronteras de los «Estados nación» -que más tarde abandonaron, débiles y dependientes-, forman parte del tejido de «Oriente Próximo«, denominado así por los europeos con visiones centralizadas, ya que cae al este de su continente central, pero más cerca de ellos que el «Lejano Oriente».
La literatura es la prueba de una vida en curso; una mano del pasado que escribe en el presente por el bien del futuro. La actividad de los oprimidos no se limita a la vida política, sino que se manifiesta más profundamente a través de la innovación y la escritura creativa. Estos fantasmas y salvajes percibidos existen en la acción y en la práctica, dentro de acontecimientos históricos que los conectan con la continuidad humana, base y esencia de todo arte.
Una mano toca a otra, y a otra, hasta que todas las manos se funden en una; porque el arte, como la justicia, es un verdadero valor universal. Está abierto a todos, un camino que ha llamado a muchos de fuera de Palestina: activistas como Rachel Corrie, Tom Hurndall, Roger Waters y Susan Sarandon, e incluso a quienes se han despojado de los grilletes del colonialismo, como Yoav Bar, Felicia Langer, Ariella Aisha Azoulay y otros.
Historias de Palestina
El año pasado, comisarié una carpeta especial de relatos breves de Palestina para la revista literaria The Common, con sede en el Amherst College. En el centro de esta carpeta se encuentran la humanidad y el contacto humano, envueltos en delicadas historias sobre la realidad tal y como existe hoy: zonas colonizadas de 1948 con las pocas comunidades indígenas que quedan, a las que se considera «minorías» en su propia tierra; otras zonas sometidas a una ocupación activa o a un asedio asfixiante, conocidas como «Cisjordania y Gaza»; y palestinos desplazados a la fuerza y refugiados en todos los rincones de la Tierra, a los que se niega su derecho al retorno.
La historia de Samira Azzam transcurre en Iraq, donde la autora vivió y trabajó como profesora durante parte de su vida tras ser desplazada de su ciudad, Akka, en el año de la Nakba. En su relato hay una conexión implícita y singular entre los hilos entrelazados del colonialismo en la región árabe y la dinámica de poder acompañada de desinformación.
Las historias de Abir Khshibun, que vive en Berlín, y Suhail Matar, que vive en Estados Unidos, ejemplifican los pesados efectos del colonialismo sobre los palestinos que han permanecido viviendo en su propia tierra, ahora denominada Israel, en el corazón del proyecto colonial.
La historia de Khshibun transcurre en Ammán y narra un encuentro entre un palestino del 48 (término que hace referencia a los palestinos que permanecieron en la tierra colonizada por Israel tras la Nakba de 1948) y un sirio durante un concierto de la cantante libanesa Fairouz. A juzgar por sus pasaportes, los protagonistas son nacionales de dos entidades en estado de guerra, pero en el fondo pertenecen a una comunidad extensa, unida de forma natural y que rechaza el borrado que suponen las fronteras artificiales. La historia recuerda de forma sencilla y orgánica las prácticas cotidianas de unificación humana en una región dividida políticamente por el colonialismo.
El relato de Matar describe otro encuentro «prohibido» entre un palestino del 48 y otro de Gaza, un encuentro que sólo puede tener lugar en otro país. Mientras que a los protagonistas de Khshibun les une la alegría, a los de Matar les une la tristeza y un profundo sentimiento de tragedia, cumpliendo así el ciclo de las circunstancias compartidas y el destino humano común.
Por su parte, los relatos de Khaled al-Jebour y Ziad Khaddash ahondan en aspectos problemáticos de la vida cotidiana de los colonizados. El texto de Jebour cuenta la historia de unos trabajadores palestinos que son introducidos clandestinamente en Israel, en sus tierras ocupadas, para construir ilegalmente asentamientos israelíes; se esconden todos los días en un sótano y acaban siendo capturados por una unidad especial israelí que persigue a los trabajadores no autorizados.
¿Se trata de una narración de fuertes contradicciones y compleja estructura surrealista? No; es simplemente la realidad cotidiana de muchos trabajadores palestinos atrapados entre el martillo del colonialismo israelí y el yunque de la pobreza y el desempleo, este último resultado directo del primero.
Los breves textos de Khaddash aumentan la paradójica complejidad, exponiendo la humillación implícita en un proceso de «paz» que ha convertido a la «Autoridad Palestina» en una herramienta a manos de la ocupación; o, en el mejor de los casos, en un mero observador impotente ante los crímenes de la ocupación. Otro busca una solución a un trágico problema: ¿qué hacer con un estudiante que se estremece de dolor cada vez que se ríe, debido a las cicatrices de quemaduras que le dejó el bombardeo israelí de Gaza?
Arte y humanidad
La historia de Izzat al-Ghazzawi apunta a otra tragedia de las muchas que sufren los palestinos: la detención en las cárceles de la ocupación, donde hoy hay más de 4.400 pres@s, entre ellos 160 niñ@s. Las protagonistas son mujeres, que desempeñan un papel heroico, central y activo en Palestina. Este aspecto también se refleja en la historia de Suheir Abu Oksa Daoud y sus heroínas, en la que el agua de lluvia desempeña un papel vital; y en los textos de Khaddash, con mujeres retratadas como olivos profundamente arraigados.
La historia de Mahmoud Shukair llama la atención sobre el fallido papel de las Naciones Unidas, controladas por los intereses de las superpotencias y sus vetos en el Consejo de Seguridad a la hora de tratar la difícil situación de los palestinos. Y la historia de Eyad Barghuthy muestra una intensa lucha con el colonizador, que se extiende más allá de la esfera espacial y llega a la temporal, cuando la celebración del Ramadán se convierte en una ocasión para la tiranía y la confiscación de tierras, junto con sutiles alusiones a los diferentes temperamentos humanos unidos por la opresión y que avanzan hacia la solidaridad.
Por último, la historia de Sheikha Hussein Helawy completa el círculo de la existencia humana a través del relato de una mujer atrapada en coma mientras su mente vaga libremente, observando el mundo inmediato: la televisión, las cortinas, las enfermeras y el número cada vez menor de visitantes. Las realidades mundanas de una pequeña habitación de hospital se transforman en un mundo cambiante y transformador, sin margen para desviarse del rumbo, resumiendo sin querer el sombrío horizonte de Palestina en un mundo injusto regido por las dinámicas de poder.
Puede que Palestina no exista en el mapa político del mundo, ni en las resoluciones de la ONU, ni en los planes de futuro de las hipócritas superpotencias, pero puede encontrarse en todos aquellos que celebran la justicia y la igualdad como altos valores humanos universales y tratan de alcanzarlos.
Puede encontrarse en el niño que se enfrenta a los tanques del colonizador, piedra en mano, llamado «terrorista» por el mundo «civilizado»; y en la persistencia de los palestinos unidos a la humanidad a través del arte y la literatura, como expresó el gran Darwish: «No preguntes a los árboles por sus nombres / No preguntes a los valles quién es su madre / De mi frente brota la espada de la luz / Y de mi mano brota el agua del río / Todos los corazones del pueblo son mi identidad / Por tanto, puedes quitarme el pasaporte».
Esta es Palestina expresada en su rica y diversa literatura. Bienvenidos a Palestina.
Ilustración de MEE Creative: “La tragedia de los palestinos nos deja sin palabras, ya que nos encontramos ante una evidente violación de la humanidad”.