La devastación de Ucrania por poderes

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 11 marzo 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y jefe de la Oficina de los Balcanes del periódico. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us Meaningy Days of Destruction, Days of Revolt  una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.

Hay muchas maneras de que un Estado proyecte poder y debilite a sus adversarios, pero las guerras por delegación/poderes son una de las más cínicas. Las guerras por poderes devoran a los países que pretenden defender. Atraen a naciones o insurgentes para que luchen por objetivos geopolíticos que, en última instancia, no les interesan. La guerra en Ucrania tiene poco que ver con la libertad de los ucranianos y mucho que ver con la degradación del ejército ruso y el debilitamiento del poder de Vladimir Putin. Y cuando Ucrania parezca abocada a la derrota, o la guerra llegue a un punto muerto, Ucrania será sacrificada como muchos otros Estados, en lo que uno de los miembros fundadores de la CIA, Miles Copeland Jr, denominó el «Juego de las Naciones» y «la amoralidad de la política del poder”.

Cubrí guerras por poderes en mis dos décadas como corresponsal extranjero, incluso en Centroamérica, donde Estados Unidos armó a los regímenes militares de El Salvador y Guatemala y a los insurgentes de la Contra que intentaban derrocar al gobierno sandinista en Nicaragua. Informé sobre la insurgencia en el Punjab, una guerra por poderes fomentada por Pakistán. Cubrí la situación de los kurdos en el norte de Iraq, apoyados y luego traicionados más de una vez por Irán y Washington. Durante mi estancia en Oriente Próximo, Iraq proporcionó armas y apoyo al Mujahedin-e-Khalq (MEK) para desestabilizar Irán. Belgrado, cuando yo estaba en la antigua Yugoslavia, pensó que armando a los serbios bosnios y croatas podría absorber Bosnia y partes de Croacia en una gran Serbia.

Las guerras por poderes son muy difíciles de controlar, sobre todo cuando las aspiraciones de los que luchan y los que envían las armas difieren. También tienen la mala costumbre de atraer directamente al conflicto a sus patrocinadores, como ocurrió con Estados Unidos en Vietnam e Israel en el Líbano. Los ejércitos sustitutos reciben armamento del que apenas rinden cuentas, y cantidades significativas del mismo acaban en el mercado negro o en manos de señores de la guerra o terroristas. CBS News informó el año pasado de que al frente apenas llegaban alrededor del 30% de las armas enviadas a Ucrania, un informe del que decidió retractarse parcialmente bajo fuertes presiones de Kiev y Washington. El desvío generalizado de material militar y médico donado al mercado negro en Ucrania también fue documentado por la periodista estadounidense Lindsey Snell. Las armas en zonas de guerra son mercancías lucrativas. Siempre hubo grandes cantidades a la venta en las guerras que cubrí.

Señores de la guerra, gánsteres y matones -Ucrania ha sido considerado durante mucho tiempo uno de los países más corruptos de Europa- son transformados por los Estados patrocinadores en heroicos luchadores por la libertad. El apoyo a los que luchan en estas guerras por poderes es una celebración de nuestra supuesta virtud nacional, especialmente seductora tras dos décadas de fiascos militares en Oriente Medio. Joe Biden, con pésimos resultados en las encuestas, pretende presentarse a un segundo mandato como un presidente «en tiempos de guerra» que está con Ucrania, país al que Estados Unidos ya ha comprometido 113.000 millones de dólares en ayuda militar, económica y humanitaria.

Cuando Rusia invadió Ucrania, «el mundo entero se enfrentó a una prueba para la posteridad», dijo Biden tras una visita relámpago a Kiev. «Europa fue puesta a prueba. Estados Unidos estaba a prueba. La OTAN estaba a prueba. Todas las democracias estaban siendo puestas a prueba».

Oí expresar sentimientos similares para justificar otras guerras por delegación.

«Estos luchadores por la libertad son nuestros hermanos y les debemos nuestra ayuda», dijo Ronald Reagan de los Contras, que saquearon, violaron y masacraron a su paso por Nicaragua. «Son iguales moralmente a nuestros Padres Fundadores y a los valientes hombres y mujeres de la Resistencia francesa», añadió Reagan. «No podemos darles la espalda, porque la lucha aquí no es derecha contra izquierda, es bien contra mal».

«Quiero oírle decir que vamos a armar al Ejército Libre Sirio«, dijo John McCain sobre el presidente Donald Trump. «Vamos a dedicarnos a destituir de Bashar al Assad. Vamos a hacer que los rusos paguen un precio por su compromiso. Todos los actores aquí van a tener que pagar un castigo y Estados Unidos de América va a estar del lado de la gente que lucha por la libertad”.

Quienes son aclamados como héroes de la resistencia, como el presidente Volodymyr Zelensky o el presidente Hamid Karzai en Afganistán, suelen ser problemáticos, sobre todo cuando sus egos y sus cuentas bancarias se inflan.  La avalancha de elogios efusivos que sus patrocinadores dirigen a los apoderados en público rara vez coincide con lo que dicen de ellos en privado. En las conversaciones de paz de Dayton, en las que el presidente serbio Slobodan Milosevic vendió a los líderes de los serbios y los croatas de Bosnia, dijo de sus apoderados: «[Ellos] no son mis amigos. No son mis colegas… Son una mierda».

«El dinero oscuro chapoteaba por todas partes», escribió The Washington Post tras obtener un informe interno elaborado por la Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán.

«El mayor banco de Afganistán se licuó en un pozo negro de fraudes. Los viajeros llevaban maletas cargadas con un millón de dólares, o más, en los vuelos que salían de Kabul. Mansiones conocidas como ‘palacios de la adormidera’ surgieron de los escombros para albergar a los capos del opio. El presidente Hamid Karzai ganó la reelección después de que sus compinches llenaran miles de urnas. Más tarde admitió que la CIA había entregado bolsas de dinero en efectivo en su oficina durante años, calificándolo de ‘nada inusual'».

«En público, mientras el presidente Barack Obama intensificaba la guerra y el Congreso aprobaba miles de millones de dólares adicionales de apoyo, el comandante en jefe y los legisladores prometían tomar medidas enérgicas contra la corrupción y exigir responsabilidades a los afganos corruptos», informaba el periódico. «En realidad, los funcionarios estadounidenses se echaron atrás, miraron hacia otro lado y dejaron que el robo se afianzara más que nunca, según un conjunto de entrevistas confidenciales del gobierno obtenidas por The Washington Post”.

Aquellos a quienes se considera baluartes contra la barbarie cuando las armas fluyen hacia ellos, caen en el olvido una vez finalizados los conflictos, como en Afganistán e Iraq. Los antiguos combatientes por poderes deben huir del país o sufrir las venganzas de aquellos a los que combatieron, como les ocurrió a los miembros de la tribu hmong abandonados en Laos y a los survietnamitas. Los antiguos patrocinadores, antaño pródigos en ayuda militar, ignoran las desesperadas peticiones de ayuda económica y humanitaria, mientras los desplazados por la guerra pasan hambre y mueren por falta de atención médica. Afganistán, por segunda vez, es el ejemplo de esta insensibilidad imperial.

El colapso de la sociedad civil engendra violencia sectaria y extremismo, muchos de ellos contrarios a los intereses de quienes fomentaron las guerras indirectas. Las milicias por poderes de Israel en Líbano, junto con su intervención militar en 1978 y 1982, fueron diseñadas para desalojar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) del país. Este objetivo se consiguió. Pero la expulsión de la OLP del Líbano dio origen a Hizbolá, un adversario mucho más militante y eficaz, junto con la dominación siria del Líbano. En septiembre de 1982, durante tres días, el partido libanés Kataeb, más conocido como las Falanges -respaldado por el ejército israelí- masacró a entre 2.000 y 3.500 refugiados palestinos y civiles libaneses en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. Esto provocó la condena internacional y malestar político dentro de Israel. Los críticos llamaron al prolongado conflicto «Libanam«, confundiendo las palabras Vietnam y Líbano. La película israelí «Vals con Bashir» documenta la depravación y la matanza gratuita de miles de civiles por parte de Israel y sus representantes durante la guerra del Líbano.

Las guerras por delegación, como señaló Chalmers Johnson, engendran un efecto indeseado. El apoyo a los muyahidines en Afganistán que luchaban contra los soviéticos, que incluía armar a grupos como los dirigidos por Osama bin Laden, dio origen a los talibanes y a Al Qaida. También extendió el yihadismo reaccionario por todo el mundo musulmán, aumentó los ataques terroristas contra objetivos occidentales que culminaron en los atentados del 11-S y alimentó dos décadas de fiascos militares liderados por Estados Unidos en Afganistán, Iraq, Siria, Somalia, Libia y Yemen.

Si Rusia se impone en Ucrania, si Putin no es desalojado del poder, Estados Unidos no sólo habrá cimentado una potente alianza entre Rusia y China, sino que se habrá asegurado un antagonismo con Rusia que volverá para atormentarnos. Moscú no olvidará el flujo de miles de millones de dólares en armas hacia Ucrania, el uso de la inteligencia estadounidense para matar a generales rusos y hundir el acorazado Moskva, la voladura de los gasoductos Nord Stream y las más de 2.500 sanciones estadounidenses contra Rusia.

«En cierto sentido, las consecuencias negativas son simplemente otra forma de decir que una nación recoge lo que siembra», escribe Johnson. «Aunque la gente suele saber lo que ha sembrado, nuestra experiencia nacional de tal efecto rara vez se imagina en esos términos porque gran parte de lo que han sembrado los gestores del imperio estadounidense se ha mantenido en secreto».

Quienes reciben apoyo en las guerras indirectas, incluidos los ucranianos, suelen tener pocas posibilidades de victoria. Armas sofisticadas como los tanques M1 Abrams son en gran medida inútiles si quienes las manejan no han pasado meses y años recibiendo entrenamiento. Antes de la invasión israelí del Líbano en junio de 1982, el bloque soviético proporcionó a los combatientes palestinos armamento pesado, incluidos tanques, misiles antiaéreos y artillería. La falta de entrenamiento hizo que esas armas fueran ineficaces contra el poder aéreo, la artillería y las unidades mecanizadas israelíes.

Estados Unidos sabe que a Ucrania se le acaba el tiempo. Sabe que las armas de alta tecnología no se dominarán a tiempo para contrarrestar una ofensiva rusa sostenida. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, advirtió en enero que Ucrania tiene «una ventana de oportunidad aquí, entre ahora y la primavera». «No es mucho tiempo», añadió.

La victoria, sin embargo, no es lo importante. Se trata de la máxima destrucción. Incluso si Ucrania se ve obligada en la derrota a negociar con Rusia y ceder territorio para la paz, así como aceptar el estatus de nación neutral, Washington habrá logrado su objetivo principal de debilitar la capacidad militar de Rusia y aislar a Putin de Europa. 

Quienes montan guerras por delegación están cegados por ilusiones. Hubo poco apoyo a los Contras en Nicaragua o al MEK en Irán. El armamento de los llamados rebeldes «moderados» en Siria fue a parar a manos de yihadistas reaccionarios.

La conclusión de las guerras por delegación suele ser la traición a la nación o al grupo que lucha en nombre del Estado patrocinador. En 1972, la administración Nixon proporcionó millones de dólares en armas y munición a los rebeldes kurdos del norte de Iraq para debilitar al gobierno iraquí, que en aquel momento se consideraba demasiado cercano a la Unión Soviética. Nadie, y mucho menos Estados Unidos e Irán, que entregó las armas a los combatientes kurdos, quería que los kurdos crearan un Estado propio. Iraq e Irán firmaron el Acuerdo de Argel de 1975, por el que ambos países resolvían las disputas a lo largo de su frontera común. El acuerdo también puso fin al apoyo militar a los kurdos.

El ejército iraquí no tardó en lanzar una despiadada campaña de limpieza étnica en el norte de Iraq. Miles de kurdos, incluidos mujeres y niños, fueron «desaparecidos» o asesinados. Los pueblos kurdos fueron reducidos a escombros. La desesperada situación de los kurdos fue ignorada, ya que, como dijo Henry Kissinger en su momento, «la acción encubierta no debe confundirse con la labor misionera.»

El gobierno islámico de Teherán reanudó la ayuda militar a los kurdos durante la guerra entre Irán e Iraq de 1980 a 1988. El 16 de marzo de 1988, el presidente iraquí Saddam Hussein lanzó gas mostaza y los agentes nerviosos sarín, tabún y VX sobre la ciudad kurda de Halabja. Unas 5.000 personas murieron en cuestión de minutos y hasta 10.000 resultaron heridas. La administración Reagan, que apoyaba a Iraq, minimizó los crímenes de guerra cometidos contra sus antiguos aliados kurdos.

El acercamiento del presidente Richard Nixon a China, en otro ejemplo, incluyó poner fin a la ayuda encubierta a los rebeldes tibetanos.

La traición es el acto final de casi todas las guerras por delegación.

El armamento de Ucrania no es una labor misionera. No tiene nada que ver con la libertad. Se trata de debilitar a Rusia. Si se elimina a Rusia de la ecuación, el apoyo tangible a Ucrania sería escaso. Hay otros pueblos ocupados, incluidos los palestinos, que han sufrido con la misma brutalidad y durante mucho más tiempo que los ucranianos. Pero la OTAN no arma a los palestinos para que luchen contra sus ocupantes israelíes ni los presenta como heroicos luchadores por la libertad. Nuestro amor por la libertad no se extiende a los palestinos ni al pueblo de Yemen, actualmente bombardeado con armas británicas y estadounidenses, ni a los kurdos, yazidíes y árabes que resisten a Turquía, miembro de la OTAN desde hace mucho tiempo, en su ocupación y guerra de drones en todo el norte y este de Siria. Nuestro amor por la libertad sólo se extiende a las personas que sirven a nuestro «interés nacional».

Llegará un momento en que los ucranianos, como los kurdos, serán prescindibles. Desaparecerán, como muchos otros antes que ellos, de nuestro discurso nacional y de nuestra conciencia. Alimentarán durante generaciones su traición y su sufrimiento. El imperio estadounidense pasará a utilizar a otros, quizás al «heroico» pueblo de Taiwán, para avanzar en su inútil búsqueda de la hegemonía mundial. China es el gran premio para nuestros Dr. Strangeloves. Amontonarán aún más cadáveres y coquetearán con la guerra nuclear para frenar el creciente poder económico y militar de China. Este es un juego viejo y predecible. Deja a su paso naciones en ruinas y millones de muertos y desplazados. Alimenta la arrogancia y el autoengaño de los mandarines de Washington, que se niegan a aceptar la emergencia de un mundo multipolar. Si no se controla, este «juego de naciones» puede acabar con la vida de todos.

Ilustración de portada: El apoderado (Mr. Fisk)

Voces del Mundo

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