Ben White, The New Arab, 13 marzo 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ben White es escritor y analista politico. Ha escrito cuatro libros, entre ellos «Cracks in the Wall: Beyond Apartheid in Palestine/Israel”. Twitter: @benabyad
«¿Dónde estabais en Hawara?» Así reza el cántico dirigido recientemente a la policía israelí por manifestantes antigubernamentales, tras el horrendo ataque de colonos a la localidad de la zona de Naplusa.
Aunque para algunos el cántico es una denuncia de la impunidad de los colonos, también contiene un mensaje más problemático. Se da a entender que no había policía, un vacío que aprovechan los fanáticos colonos. En realidad, las fuerzas israelíes estaban presentes, acompañando y protegiendo a los colonos.
Una pregunta mucho mejor que «¿Dónde estabais en Hawara?» sería «¿Por qué estamos en Hawara?» Pero esto no se pregunta, y mucho menos se responde. El movimiento de protesta que se apodera de Israel tiene un objetivo simple: detener a un gobierno en seco. No quiere cambios, quiere que todo siga igual.
Esta es la clave para entender cómo y por qué la oposición a los planes del gobierno ha galvanizado a sectores de la sociedad que van desde las grandes empresas y la alta tecnología hasta los reservistas de élite.
Las multitudes en las calles y las promesas de incumplimiento pueden parecer una «revolución» para algunos, pero la fuerza motriz es una defensa de la estabilidad del statu quo, que incluye el régimen de apartheid que sufren los palestinos.
Orden público colonial: legalizar lo ilegal
Se ha hablado mucho de las voces de protesta procedentes de miembros actuales y antiguos del ejército y de los servicios de seguridad e inteligencia de Israel. Haaretz publicó recientemente un extenso artículo en el que entrevistaba detenidamente a varios reservistas que se movilizaban contra la reforma legal, que incluirá -entre otros cambios- otorgar a la Knesset el poder de anular las sentencias del Tribunal Supremo.
Se invitó a algunos de ellos a reflexionar sobre por qué estos acontecimientos les han empujado a negarse a prestar servicio de un modo en que no lo hizo tener que servir en Cisjordania y la Franja de Gaza ocupadas. Sus respuestas son instructivas:
«Sabíamos muy bien lo que hacíamos. No nos opusimos, no nos negamos a obedecer órdenes porque entendimos que este es un país democrático«.
«Al menos hasta hoy, podías decirte a ti mismo que todas esas decisiones, incluso cuando eran controvertidas… se tomaban dentro de las reglas del juego de un país democrático«.
«Usted [puede haber] pensado que eran inmorales, pero se llevaron a cabo en el contexto de un conflicto de años entre dos bandos, uno de los cuales actuaba como una democracia».
«Cuando se te pide que realices acciones en la zona gris, al borde de lo negro, especialmente en torno a los ataques en Gaza, lo haces como misión de un gobierno que actúa en el marco de que hay unas reglas del juego que están claras y definidas«.
La idea de que las órdenes de uno han sido legalmente aprobadas, y la creencia de que Israel es un «país democrático», son un elemento central en la autojustificación para llevar a cabo actos que son, de hecho, ilegales (internacionalmente), y profundamente antidemocráticos (mantener un régimen de apartheid para los palestinos).
Otra carta de unos 150 reservistas del ejército israelí que trabajan como especialistas cibernéticos advertía de que, si los cambios propuestos se convierten en ley, «el marco moral y legal que nos permite desarrollar y dirigir las capacidades sensibles que operamos se verá perjudicado».
“Faculta» en más de un sentido. El 12 de febrero, la Comisión de Constitución, Derecho y Justicia de la Knesset escuchó un debate sobre las «posibles ramificaciones» de los nuevos cambios «en los esfuerzos de Israel por hacer frente a la campaña jurídica internacional», a saber, los esfuerzos por llevar ante la justicia a los responsables de crímenes de guerra cometidos en Cisjordania y la Franja de Gaza ocupadas.
El fiscal general adjunto Gilad Noam fue claro: la «percepción del sistema de justicia israelí en el ámbito internacional como independiente, profesional y apolítico» ha sido «una barrera muy significativa para la intervención externa», en comparación con su impacto con la «Cúpula de Hierro».
Independientemente de la realidad de un sistema caracterizado no sólo por una cultura de impunidad sino por «innovaciones» jurídicas para justificar crímenes de guerra, lo que importaba es la «percepción» de independencia judicial. Ahora, las autoridades israelíes -y los reservistas de las fuerzas aéreas– están preocupados por la vulnerabilidad ante las detenciones en el extranjero.
Los palestinos y las protestas: ausentes y presentes
Estos debates y la movilización de los reservistas ilustran la ausencia y la presencia de los palestinos en el movimiento de protesta israelí.
Están ausentes en el sentido de que no se reconoce su realidad de desposesión, segregación y violencia. Las pocas banderas palestinas que aparecieron en un principio no hicieron más que espolear un aumento de las banderas israelíes. Los propios ciudadanos palestinos no se han manifestado en gran número.
Sin embargo, los palestinos también están «presentes» en la medida en que forman parte de esta historia en cada momento: desde las razones de la carencia de una constitución formal en Israel en los años posteriores a la Nakba, hasta las ambiciones de Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir de acelerar la expansión colonial y la anexión.
Sorprendentemente, el bulldozer blindado D9 del ejército israelí se ha convertido en una metáfora popular de la reforma judicial del gobierno entre sus oponentes, incluidos el ex primer ministro Ehud Barak, el exministro de Defensa Moshe Ya’alon y la exparlamentaria del Likud Limor Livnat.
La poco irónica invocación del D9 -utilizado para demoler miles de hogares palestinos- ilustra perfectamente los parámetros de estas protestas, y qué tipo de «democracia» pretenden preservar.
Una ocupación «ordenada«
Una de las ironías de las actuales divisiones políticas que atenazan a la sociedad israelí, y de la situación en la que se encuentra Netanyahu, es que la fuerza de la oposición a la legislación prevista es, en parte, testimonio del éxito que ha tenido el líder del Likud a la hora de «gestionar el conflicto».
Reinventada bajo Naftali Bennett como «reducir la ocupación», la esencia era sencilla: La economía de Israel es sólida, los palestinos están bajo control y -poco a poco- la colonización y la anexión de facto pueden avanzar gradualmente. La «ocupación invisible».
Es el compromiso con este statu quo lo que anima al movimiento de protesta: un entorno estable para las inversiones y un poder judicial independiente de la Knesset, pero en absoluto independiente del impulso colonizador en Cisjordania o de la discriminación a la que se enfrentan los ciudadanos palestinos.
El ataque de los colonos convirtió a Hawara en sinónimo entre los manifestantes israelíes de caótica incompetencia y fanatismo. Pero la experiencia de Hawara bajo el régimen militar, como la de cientos de comunidades palestinas, no ha sido de «caos» sino de orden: un orden colonial.
Foto de portada: Protesta en Tel Aviv contra el controvertido plan de reforma judicial que daría al gobierno más control sobre el Tribunal Supremo de Israel. [GETTY]