Los señores del caos

Chris Hedges, ScheerPost.com, 19 marzo 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y jefe de la Oficina de los Balcanes del periódico. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us Meaningy Days of Destruction, Days of Revolt  una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.

Hace dos décadas, saboteé mi carrera en The New York Times. Fue una elección consciente. Pasé siete años en Medio Oriente, cuatro de ellos como jefe de la Oficina de Medio Oriente. Hablaba la lengua árabe. Creía, como casi todos los arabistas, incluidos la mayoría de los del Departamento de Estado y la CIA, que una guerra “preventiva” contra Iraq sería el error estratégico más costoso en la historia de Estados Unidos. También constituiría lo que el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg llamó el “crimen internacional supremo”. Mientras que los arabistas en los círculos oficiales estaban amordazados, yo no. Ellos me invitaron a hablar en el Departamento de Estado, la Academia Militar de los Estados Unidos en West Point y ante los oficiales superiores del Cuerpo de Marines programados para ser enviados a Kuwait para prepararse para la invasión.

La mía no era una opinión popular ni una que un reportero, más que un columnista de opinión, pudiera expresar públicamente de acuerdo con las reglas establecidas por el periódico. Pero tenía una experiencia que me daba credibilidad y una plataforma. Había informado extensamente desde Iraq. Había cubierto numerosos conflictos armados, incluida la primera Guerra del Golfo y el levantamiento chií en el sur de Iraq, donde fui hecho prisionero por la Guardia Republicana Iraquí. Desmantelé fácilmente la locura y las mentiras utilizadas para promover la guerra, especialmente porque había informado sobre la destrucción de los arsenales e instalaciones de armas químicas de Iraq por parte de los equipos de inspección de la Comisión Especial de las Naciones Unidas (UNSCOM). Tenía un conocimiento detallado de cuán degradado había quedado el ejército iraquí bajo las sanciones de Estados Unidos. Además, incluso si Iraq poseyera “armas de destrucción masiva”, eso no habría sido una justificación legal para la guerra.

Las amenazas de muerte hacia mí estallaron cuando mi postura se hizo pública en numerosas entrevistas y charlas que di por todo el país. Eran enviadas por correo por escritores anónimos o expresados por personas airadas que llenaban diariamente el banco de mensajes en mi teléfono con diatribas llenas de ira. Los programas de entrevistas de derecha, incluida la Fox News, me ridiculizaron, especialmente después de que me interrumpieran y me abuchearan en un escenario de graduación en Rockford College por denunciar la guerra. El Wall Street Journal escribió un editorial atacándome. Se avisó de amenazas de bomba en los lugares donde estaba programado que hablara. Me convertí en un paria en la redacción. Los reporteros y editores que había conocido durante años bajaban la cabeza cuando pasaba, temerosos de cualquier contagio que matara su carrera. El New York Times me reprendió por escrito para que dejara de hablar públicamente contra la guerra. Me negué. Mi mandato había terminado.

Lo inquietante no es el coste personal que supuso para mí. Era consciente de las posibles consecuencias. Lo preocupante es que los arquitectos de estas debacles nunca han rendido cuentas y siguen instalados en el poder. Siguen promoviendo la guerra permanente, incluida la actual guerra por poderes en Ucrania contra Rusia, así como una futura guerra contra China.

Los políticos que nos mintieron -George W. Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice, Hillary Clinton y Joe Biden, -por nombrar sólo a unos pocos- extinguieron millones de vidas, entre ellas miles de vidas estadounidenses, y dejaron a Iraq, junto con Afganistán, Siria, Somalia, Libia y Yemen sumidos en el caos. Exageraron o fabricaron las conclusiones de los informes de inteligencia para engañar a la opinión pública. La gran mentira está sacada del libro de jugadas de los regímenes totalitarios.

Utilizaron a los animadores de la guerra en los medios de comunicación – Thomas Friedman, David Remnick, Richard Cohen, George Packer, William Kristol, Peter Beinart, Bill Keller, Robert Kaplan, Anne Applebaum, Nicholas Kristof, Jonathan Chait, Fareed Zakaria, David Frum, Jeffrey Goldberg, David Brooks y Michael Ignatieff- para amplificar las mentiras y desacreditar a aquellos de nosotros, incluyendo a Michael Moore, Robert Scheer y Phil Donahue, que nos opusimos a la guerra. Estos cortesanos estaban a menudo más motivados por el arribismo que por el idealismo. No perdieron sus megáfonos ni sus lucrativos honorarios por conferencias y contratos de libros una vez que se expusieron las mentiras, como si sus enloquecidas diatribas no importaran. Sirvieron a los centros de poder y fueron recompensados por ello.

Muchos de estos mismos expertos están impulsando una mayor escalada de la guerra en Ucrania, aunque la mayoría sabe tan poco sobre Ucrania o la provocativa e innecesaria expansión de la OTAN a las fronteras de Rusia como lo sabían sobre Iraq.

«Me dije a mí mismo y a otros que Ucrania es la historia más importante de nuestro tiempo, que todo lo que debería importarnos está en juego allí», escribe George Packer en la revista The Atlantic. «Lo creía entonces, y lo creo ahora, pero toda esta palabrería puso un bonito brillo al simple e injustificable deseo de estar allí y ver».

Packer ve la guerra como un purgante, una fuerza que sacudirá a un país, incluido Estados Unidos, de vuelta a los valores morales fundamentales que supuestamente encontró entre los voluntarios estadounidenses en Ucrania.

«No sabía lo que estos hombres pensaban de la política estadounidense, y no quería saberlo», escribe sobre dos voluntarios estadounidenses. «En casa habríamos discutido, nos habríamos detestado. Aquí, nos unía una creencia común en lo que los ucranianos intentaban hacer y la admiración por cómo lo hacían. Aquí, todas las complejas luchas internas, las decepciones crónicas y el puro letargo de cualquier sociedad democrática, pero especialmente de la nuestra, se disolvieron, y lo esencial -ser libres y vivir con dignidad- se hizo evidente. Casi parecía como si Estados Unidos tuviera que ser atacado o sufrir alguna otra catástrofe para que los estadounidenses recordaran lo que los ucranianos han sabido desde el principio».

La guerra de Iraq costó al menos 3 billones de dólares y los 20 años de guerra en Oriente Medio costaron en total unos 8 billones de dólares. La ocupación creó escuadrones de la muerte chiíes y suníes, alimentó una terrible violencia sectaria, bandas de secuestradores, asesinatos en masa y torturas. Dio origen a células de Al Qaida y engendró el ISIS, que llegó a controlar un tercio de Iraq y Siria. El ISIS violó, esclavizó y ejecutó en masa a minorías étnicas y religiosas iraquíes como los yazidíes. Persiguió a los católicos caldeos y a otros cristianos. Este caos fue acompañado de una orgía de asesinatos por parte de las fuerzas de ocupación estadounidenses, como la violación en grupo y el asesinato de Abir al-Yanabi, una niña de 14 años, y su familia a manos de miembros de la 101ª Aerotransportada del ejército estadounidense. Estados Unidos practicó sistemáticamente la tortura y la ejecución de civiles detenidos, por ejemplo, en Abu Ghraib y Camp Bucca.

No existe un recuento exacto de las vidas perdidas, las estimaciones sólo en Iraq oscilan entre cientos de miles y más de un millón. Unos 7.000 militares estadounidenses murieron en nuestras guerras posteriores al 11-S, y más de 30.000 se suicidaron posteriormente, según el proyecto Costs of War de la Universidad Brown.

Sí, Sadam Husein fue brutal y asesino, pero en términos de número de muertos, superamos con creces sus matanzas, incluidas sus campañas genocidas contra los kurdos. Destruimos Iraq como país unificado, devastamos sus modernas infraestructuras, acabamos con su próspera y educada clase media, dimos origen a milicias canallas e instalamos una cleptocracia que utiliza los ingresos del petróleo del país para enriquecerse. Los iraquíes de a pie están empobrecidos. Cientos de iraquíes que protestaban en las calles contra la cleptocracia han sido abatidos a tiros por la policía. Los cortes de electricidad son frecuentes. La mayoría chií, estrechamente aliada con Irán, domina el país.

La ocupación de Iraq, que comenzó hace hoy 20 años, puso al mundo musulmán y al Sur Global en contra nuestra. Las imágenes perdurables que dejamos tras dos décadas de guerra incluyen al presidente Bush de pie bajo una pancarta de «Misión cumplida» a bordo del portaaviones USS Abraham Lincoln apenas un mes después de invadir Iraq, los cadáveres de iraquíes en Faluya quemados con fósforo blanco y las fotos de las torturas infligidas por soldados estadounidenses.

Estados Unidos intenta desesperadamente utilizar Ucrania para reparar su imagen. Pero la hipocresía de pedir «un orden internacional basado en normas» para justificar los 113.000 millones de dólares en armas y otras ayudas que Estados Unidos se ha comprometido a enviar a Ucrania, no funcionará. Ignora lo que hicimos. Puede que nosotros olvidemos, pero las víctimas no. El único camino redentor es acusar a Bush, Cheney y los demás arquitectos de las guerras en Oriente Próximo, incluido Joe Biden, como criminales de guerra en el Tribunal Penal Internacional. Lleven al presidente ruso Vladimir Putin a La Haya, pero sólo si Bush está en la celda de al lado.

Muchos de los apologistas de la guerra de Iraq tratan de justificar su apoyo argumentando que se cometieron «errores», que si, por ejemplo, no se hubieran disuelto la administración pública y el ejército iraquíes tras la invasión estadounidense, la ocupación habría funcionado. Insisten en que nuestras intenciones eran honorables. Ignoran la arrogancia y las mentiras que condujeron a la guerra, la creencia equivocada de que Estados Unidos podía ser la única gran potencia en un mundo unipolar. Ignoran los enormes gastos militares que se realizan anualmente para lograr esta fantasía. Ignoran que la guerra de Iraq fue sólo un episodio de esta búsqueda demencial.

Un ajuste de cuentas nacional con los fiascos militares en Oriente Medio expondría el autoengaño de la clase dominante. Pero este ajuste de cuentas no está teniendo lugar. Estamos tratando de desear que las pesadillas que perpetuamos en Oriente Medio desaparezcan, enterrándolas en una amnesia colectiva. «La Tercera Guerra Mundial comienza con el olvido», advierte Stephen Wertheim.

La celebración de nuestra «virtud» nacional bombeando armas a Ucrania, manteniendo al menos 750 bases militares en más de 70 países y ampliando nuestra presencia naval en el Mar de China Meridional, está destinada a alimentar este sueño de dominio global.

Lo que los mandarines de Washington no comprenden es que la mayor parte del planeta no se cree la mentira de la benevolencia estadounidense ni apoya sus justificaciones para las intervenciones de Estados Unidos. China y Rusia, en lugar de aceptar pasivamente la hegemonía estadounidense, están reforzando sus ejércitos y alianzas estratégicas. La semana pasada, China medió en un acuerdo entre Irán y Arabia Saudí para restablecer relaciones tras siete años de hostilidad, algo que antes se esperaba de los diplomáticos estadounidenses. La creciente influencia de China crea una profecía autocumplida para quienes piden la guerra con Rusia y China, que tendrá consecuencias mucho más catastróficas que las de Oriente Próximo.

Existe un hartazgo nacional con la guerra permanente, especialmente con la inflación asolando los ingresos familiares y el 57% de los estadounidenses incapaces de permitirse un gasto de emergencia de 1.000 dólares. El Partido Demócrata y el ala del establishment del Partido Republicano, que propagaron las mentiras sobre Iraq, son partidos de guerra. El llamamiento de Donald Trump a poner fin a la guerra en Ucrania, al igual que su crítica de la guerra de Iraq como la «peor decisión» de la historia de Estados Unidos, son posturas políticas atractivas para los estadounidenses que luchan por mantenerse a flote. Los trabajadores pobres, incluso aquellos cuyas opciones de educación y empleo son limitadas, ya no son tan proclives a engrosar las filas. Tienen preocupaciones mucho más acuciantes que un mundo unipolar o una guerra con Rusia o China. El aislacionismo de la extrema derecha es una potente arma política.

Los proxenetas de la guerra, saltando de fiasco en fiasco, se aferran a la quimera de la supremacía mundial de Estados Unidos. La danza macabra no se detendrá hasta que les hagamos rendir cuentas públicamente por sus crímenes, pidamos perdón a quienes hemos agraviado y renunciemos a nuestra ansia de poder mundial incontestable. El día del ajuste de cuentas, vital si queremos proteger lo que queda de nuestra anémica democracia y frenar los apetitos de la maquinaria bélica, sólo llegará cuando construyamos organizaciones masivas contra la guerra que exijan el fin de la locura imperial que amenaza con extinguir la vida en el planeta.

Ilustración de portada: Somos los mejores (Mr. Fish).

Voces del Mundo

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