Diana Kruzman, The New Humanitarian, 9 marzo 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Diana Kruzman es una periodista independiente afincada en Kirguistán que suele cubrir temas relativos al cambio climático, religión, urbanismo y derechos humanos.
“El tiempo apremia«.
El caso de Shamima Begum, que el mes pasado perdió su apelación para conservar la ciudadanía británica tras abandonar el país para unirse al Dáesh cuando era adolescente, arrojó una breve luz sobre la difícil situación de quienes llevan años atrapados en las terribles condiciones del campo de al-Hol, en el noreste de Siria. Pero no todos los países intentan impedir el regreso de sus nacionales; algunos simplemente no pueden traerlos a todos a casa.
Hamida Yakubova lleva más de ocho años y medio esperando a que su hija regrese a Kirguistán. Las fuerzas de la coalición expulsaron al Dáesh de sus bastiones sirios hace más de tres años, pero esta mujer de 49 años, madre de cuatro hijos, sigue separada de su hija, que se encuentra retenida a 4.000 kilómetros del país centroasiático donde nació.
Yakubova aún recuerda la primera vez que vio el rostro de su hija en una videollamada dos meses después de su desaparición. En 2014, la entonces reina de la belleza de 18 años fue engañada para volar a Turquía y llevada a Siria contra su voluntad, dijo Yakubova. Pudo ver que los ojos de su hija estaban llenos de miedo, yendo de un lado a otro mientras hablaba.
Yakubova, que trabaja como cajera en una ciudad cercana a Bishkek, la capital de Kirguistán, afirma que su hija se casó dos veces en Siria y que ambos maridos murieron. También tuvo una hija, que ahora tiene seis años. Cuando las bombas cayeron sobre Baghouz, el último enclave sirio en manos del Dáesh, la hija y la nieta de Yakubova huyeron a al-Hol, un polvoriento campo de refugiados cerca de la frontera de Siria con Iraq.
Llevan allí desde entonces, sin poder regresar a Kirguistán pero viviendo en circunstancias cada vez más difíciles. Su hija necesita atención médica por una lesión de espalda y problemas renales, mientras que su nieta está creciendo sin una educación formal. Yakubova, que nunca se había considerado activista, se encuentra ahora abogando públicamente por el regreso no sólo de su familia, sino también de otras como la suya.
«Ninguna madre quiere hacer daño a su hijo», declaró Yakubova a The New Humanitarian. «Cuando se caen, corremos hacia ellos y les preguntamos: ‘¿Te duele?’ Y sabiendo que en Siria podrías morir o tu hijo podría morir, ninguna madre llevaría voluntariamente a sus hijos allí.»
El peaje pagado por los niños
A partir de 2011, la guerra civil en Siria y el posterior surgimiento del Dáesh atrajeron a miles de personas de todo el mundo, tanto hombres que participaban en el conflicto como mujeres que siguieron a sus maridos, fueron tentadas por las promesas de vivir en lo que se presentaba como una sociedad islámica ideal o fueron víctimas de la trata de personas. Algunos trajeron a sus hijos, y aún más nacieron en medio de la violencia.
Muchos países occidentales se han negado a permitir el regreso de sus ciudadanos por motivos políticos o ideológicos. Algunas historias han atraído la atención general, como la de Begum. Pero otros miles, muchos de los cuales se fueron sin querer o se vieron obligados a entrar en el conflicto, están atrapados a pesar de las intenciones declaradas de sus países de traerlos de vuelta.
«Crecer en un desastre humanitario realmente destructivo no es lugar para un niño».
Las naciones más pequeñas, como Kirguistán, donde un porcentaje mucho mayor de su población viajó al extranjero que en las naciones europeas o Estados Unidos, se han enfrentado a retos logísticos y obstáculos financieros para repatriar a cientos de familias.
Se calcula que 320 mujeres y niños kirguisos residen actualmente en campos como el de al-Hol, donde se enfrentan a las amenazas del hambre, las enfermedades y la violencia. Cuanto más tiempo pase, afirman expertos en derechos humanos y abogados, más difícil les resultará readaptarse a la vida en sus países de origen cuando puedan regresar.
«Crecer en un desastre humanitario realmente destructivo no es lugar para que un niño esté», dijo Stevan Weine, psiquiatra de la Universidad de Illinois Chicago que ha trabajado extensamente con niños afectados por conflictos, incluso en Siria. «El tiempo es esencial».
Más de 56.000 personas -entre simpatizantes y víctimas del Dáesh- están detenidas en al-Hol y en otro campo de refugiados llamado Roj; casi dos tercios son niños, en su mayoría menores de 12 años, según Human Rights Watch.
Aunque la mayoría son sirios e iraquíes que se enfrentan a su propio y complicado proceso de regreso a casa, unos 10.000 proceden de otros países, especialmente de Oriente Medio, el norte de África y Asia Central, incluido Kirguistán.
Las condiciones en los campos son cada vez peores, según los grupos humanitarios. El año pasado murieron allí al menos 42 personas, entre ellas dos niñas egipcias -de 12 y 15 años- que fueron violadas y abandonadas en una zanja de aguas residuales. Otros cientos de personas, incluidos niños, han muerto por enfermedades, accidentes, falta de alimentos y exposición a los elementos.
Médicos Sin Fronteras informó el año pasado de que las autoridades del campo se negaron a prestar atención médica a algunos y retrasaron el traslado de otros a hospitales, lo que provocó la muerte de al menos dos niños.
Estos peligros omnipresentes agravan los daños emocionales causados por años de vida bajo el régimen del Dáesh, de huida de los ataques aéreos estadounidenses y de reclusión indefinida en campos como el de al-Hol, según Weine. Muchos detenidos sufren problemas de salud mental, como trastorno de estrés postraumático, ansiedad y depresión.
La guerra y las privaciones de la vida en los campos también pueden tener efectos permanentes en el desarrollo del cerebro, especialmente en los niños menores de cinco años, lo que los predispone a sufrir problemas de aprendizaje, dificultades de comportamiento y problemas de habla y comunicación en etapas posteriores de su vida, añadió el psiquiatra.
Ataques a los campamentos
La geopolítica de la región está haciendo más peligrosa la situación.
En noviembre, Turquía llevó a cabo una campaña de bombardeos contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), brazo armado de la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, porque Ankara las asocia con el PKK, grupo rebelde kurdo al que considera una organización terrorista. Después de que los ataques aéreos turcos cerca de al-Hol mataran a siete guardias del campo y permitieran la huida de seis detenidos antes de ser recapturados, las FDS afirmaron que no podrían mantener la seguridad si se producía un ataque terrestre.
El gobierno estadounidense, que ha repatriado a la mayoría, aunque no a todos, de sus propios ciudadanos de Iraq y Siria, se ha comprometido a ayudar a otros países y a la Administración Autónoma a llegar a un acuerdo.
Pero Estados Unidos también está financiando la detención continuada de extranjeros, enviando más de 165 millones de dólares a las Fuerzas de Autodefensa este año para ayudar en su lucha contra el Dáesh. Parte del dinero se destinará a ampliar la seguridad en al-Hol, construir una nueva prisión y reformar los centros de detención existentes, sobre todo tras un ataque en enero de 2022 que pretendía liberar a presuntos partidarios del Dáesh.
Mientras que países como Francia se negaron a traer de vuelta a sus ciudadanos hasta que se vieron obligados a cambiar de rumbo por sentencias de tribunales internacionales, Kirguistán ha comenzado las repatriaciones por su cuenta, aunque lentamente. En febrero, 59 mujeres y niños fueron devueltos desde campos sirios, y el gobierno anunció en marzo de 2021 que 79 niños habían sido sacados de una prisión en Iraq y colocados con familiares en Kirguistán, aunque sus madres quedaron atrás.
Las autoridades kirguisas se han comprometido a repatriar a todos sus ciudadanos de Siria, aunque no han facilitado un calendario para el proceso ni una razón para los largos retrasos. En una respuesta a las preguntas de The New Humanitarian, el Ministerio de Asuntos Exteriores se limitó a decir que las autoridades están «llevando a cabo los trabajos pertinentes» para repatriar a sus ciudadanos.
Convencer a la gente de que sus vecinos retornados que viajaron a Siria no suponen un peligro para la sociedad es uno de los retos, afirmó Indira Aslanova, directora del Centro de Investigación de Estudios Religiosos, un think tank con sede en Kirguistán. Los líderes religiosos locales también se han manifestado en contra de los retornados, añadió Aslanova, en parte por temor a que se les culpe de haberles permitido partir en un principio.
La pandemia de COVID-19 ralentizó aún más los retornos, dijo Nurbek Bekmurzaev, un kirguís excoordinador de proyectos de Search for Common Ground, una ONG con sede en Washington que ha investigado la repatriación en Asia Central. Los analistas afirman que otro motivo del retraso podría ser que Kirguistán carece de los recursos necesarios para ayudar adecuadamente a las mujeres y los niños a reintegrarse una vez que hayan regresado.
«Como se trata de un tema relativamente nuevo, no hay muchos conocimientos acumulados [entre] los profesionales a nivel local, psicólogos, teólogos, trabajadores sociales», dijo Bekmurzaev.
Search for Common Ground tiene previsto impartir cursos de formación para preparar a los profesionales a ayudar a las personas que han sufrido traumas en Siria. Financiar este tipo de programas es otro reto, según Bekmurzaev, al igual que proporcionar documentación legal, formación laboral y ayuda para la vivienda a los retornados.
Las familias dicen que pueden proporcionar su ayuda
Los retrasos han frustrado a padres como Yakubova, que creó una organización sin ánimo de lucro llamada Echar una Mano para presionar al gobierno para que devuelva a sus familiares.
Yakubova afirma que los padres suelen estar más que dispuestos a asumir ellos mismos la tarea de reasentar y rehabilitar a sus hijos y nietos si se les permite regresar. Ella y otras personas pueden encontrar trabajo y alojamiento para los familiares repatriados, así como ofrecer clases particulares a los niños.
Las naciones occidentales ricas también tienen la obligación de ayudar a las naciones más pobres como Kirguistán, dijo Weine, y pronto. Muchos de los problemas de desarrollo derivados de experiencias traumáticas pueden solucionarse si se aparta a los niños de situaciones estresantes, se les trata de enfermedades y lesiones, se les da acceso a atención mental y se les reincorpora a la escuela, donde pueden ponerse al nivel de sus compañeros si reciben ayuda individualizada, subrayó. Cuanto más tiempo permanezcan en campos como el de al-Hol, más difícil será la transición, señaló Weine.
A pesar del potencial de rehabilitación, muchos niños -especialmente los varones- son vistos como amenazas, llamados «cachorros del califato» y «la próxima generación del Dáesh«. Mientras que algunos países, entre ellos Estados Unidos, ven esto como un impulso aún mayor para repatriarlos lo antes posible, otros lo utilizan como excusa para evitar hacerlo.
«La gente les tiene miedo», afirma Weine. «Temen su potencial para la violencia o el extremismo, y no quieren ser cómplices de ello».
Otras naciones de Asia Central, como Kazajistán, han tomado la iniciativa para demostrar que estos temores son, en su mayor parte, infundados. A partir de 2018, el país repatrió a más de 600 personas, en su mayoría mujeres y niños. Los repatriados pasaron un mes en un «centro de adaptación» donde recibieron atención médica y se sometieron a una investigación para determinar si debían enfrentarse a un proceso penal, según un informe del Instituto de la Paz de Estados Unidos.
A la mayoría se les permitió volver a vivir con sus familias y recibieron formación laboral. A los que lo necesitaban se les ofreció tratamiento de salud mental. Algunos también recibieron intervenciones religiosas e ideológicas, un enfoque controvertido centrado en la «desradicalización», aunque las razones por las que la gente se marchó a Siria e Iraq son diversas y no todas están relacionadas con la religión, dijo Aslanova.
A pesar de estos defectos, la experiencia de Kazajstán ofrece un modelo de cómo Kirguistán podría enfocar su propio programa de repatriación y reintegración, afirmó Weine. No obstante, insistió en que, para lograr los mejores resultados, el trabajo deberá continuar durante años.
«La adolescencia y la edad adulta temprana de estos niños plantean una serie de retos adicionales», afirmó Weine. «Y la naturaleza del apoyo que necesitan va a cambiar con el tiempo».
Foto de portada: Grupos de mujeres caminan por el campo de desplazados de al-Hol, Siria, en abril de 2019. Más de 56.000 personas permanecen aquí y en otro campo llamado Roj. Dos tercios son niños, la mayoría menores de 12 años (Ali Hashisho/Reuters).
(Este reportaje ha contado con el apoyo de la beca Global Early Childhood Reporting Fellowship del Dart Center for Trauma and Journalism).