Los Estados Unidos de la parálisis

Chris Hedges, The Chris Hedges Report, 23 abril 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández


Chris Hedges es un periodista ganador del Premio Pulitzer que fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times, donde ejerció como jefe de la Oficina de Oriente Medio y jefe de la Oficina de los Balcanes del periódico. Entre sus libros figuran: American Fascists: The Christian Right and the War on AmericaDeath of the Liberal Class,  War is a Force That Gives Us Meaningy Days of Destruction, Days of Revolt  una colaboración con el dibujante de cómics y periodista Joe Sacco. Anteriormente trabajó en el extranjero para The Dallas Morning News, The Christian Science Monitor y NPR. Es el presentador del programa On Contact, nominado a los premios Emmy.

La parálisis política está acabando con lo que queda de nuestra anémica democracia.

Es la parálisis de no hacer nada mientras los oligarcas gobernantes, que han aumentado su riqueza en casi un tercio desde que comenzó la pandemia y en cerca de un 90 por ciento en la última década, orquestan boicots fiscales virtuales mientras millones de estadounidenses se declaran en bancarrota para pagar facturas médicas, hipotecas, deudas de tarjetas de crédito, deudas estudiantiles, préstamos para automóviles y facturas de servicios públicos en aumento exigidas por un sistema que ha privatizado casi todos los aspectos de nuestras vidas.

Es la parálisis de no hacer nada por aumentar el salario mínimo, a pesar de los estragos de la inflación, de los cerca de 600.000 estadounidenses sin hogar y de los 33,8 millones de personas que viven en hogares con inseguridad alimentaria, incluidos 9,3 millones de niños.

Es la parálisis de ignorar la crisis climática, la mayor amenaza existencial a la que nos enfrentamos, con tal de expandir la extracción de combustibles fósiles.

Es la parálisis de destinar cientos de miles de millones de dólares a la economía de guerra permanente en lugar de reparar las carreteras, las vías férreas, los puentes, las escuelas, la red eléctrica y el suministro de agua de la nación, que están colapsados.

Es la parálisis de negarse a instituir la asistencia sanitaria universal y a regular las industrias farmacéuticas y de seguros con ánimo de lucro para arreglar el peor sistema de asistencia sanitaria de todos los países altamente industrializados, en el que la esperanza de vida está cayendo y mueren más estadounidenses por causas evitables que en otros países similares. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, más del 80% de las muertes maternas en Estados Unidos son evitables.

Es la parálisis de no estar dispuestos a frenar la violencia policial, desmantelar el sistema penitenciario más grande del mundo, poner fin a la vigilancia gubernamental al por mayor hacia el pueblo y reformar un sistema judicial disfuncional en el que casi todo el mundo, a menos que pueda permitirse abogados de alto precio, se ve obligado a aceptar onerosos acuerdos de culpabilidad.

Es la parálisis de permanecer pasivos mientras los ciudadanos, armados con arsenales de armas de asalto, se matan unos a otros por cruzar  su jardín, aparcar en su entrada, llamar al timbre de su puerta, enfadarse en el trabajo o en la escuela, o están tan alienados y amargados por haber sido dejados atrás, que matan a tiros a grupos de personas inocentes en actos de autoinmolación asesina.

Las democracias no son asesinadas por bufones reaccionarios como Donald Trump, que fue demandado a menudo por no pagar a trabajadores y contratistas y cuyo personaje televisivo ficticio fue vendido a un electorado crédulo, o políticos frívolos como Joe Biden, que ha dedicado su carrera política se ha dedicado a servir a donantes corporativos. Estos políticos proporcionan el falso consuelo de individualizar nuestras crisis, como si eliminar a esta figura pública o censurar a aquel grupo nos salvara.

Las democracias se destruyen cuando una pequeña camarilla, en nuestro caso corporativa, se hace con el control de la economía, la cultura y el sistema político y los distorsiona para servir exclusivamente a sus propios intereses. Las instituciones que deberían ofrecer compensación a los ciudadanos se convierten en parodias de sí mismas, se atrofian y mueren. ¿Cómo explicar si no unos órganos legislativos que sólo pueden unirse para aprobar programas de austeridad, recortes fiscales para la clase multimillonaria, presupuestos policiales y militares hinchados y reducir el gasto social? ¿Cómo explicar si no unos tribunales que despojan a trabajadores y ciudadanos de sus derechos más elementales? ¿Cómo explicar si no un sistema de educación pública en el que, en el mejor de los casos, se enseña a los pobres nociones básicas de aritmética y los ricos envían a sus hijos a escuelas y universidades privadas con dotaciones de miles de millones de dólares?

Las democracias se matan con falsas promesas y tópicos huecos. Biden nos dijo como candidato que subiría el salario mínimo a 15 dólares y repartiría cheques de estímulo de 2.000 dólares. Nos dijo que su Plan de Empleo Americano crearía «millones de buenos empleos». Nos dijo que reforzaría la negociación colectiva y garantizaría la educación preescolar universal, la baja médica y familiar remunerada universal y la universidad pública gratuita. Prometió una opción de asistencia sanitaria financiada con fondos públicos. Prometió no perforar en tierras federales y promover una «revolución de la energía verde y la justicia medioambiental». Nada de eso ha ocurrido.

Pero, a estas alturas, la mayoría de la gente se ha dado cuenta del juego. ¿Por qué no votar a Trump y sus promesas grandiosas y fantasiosas? ¿Son menos reales que las de Biden y los demócratas? ¿Por qué rendir homenaje a un sistema político que se basa en la traición? ¿Por qué no separarse del mundo racional que sólo ha traído miseria? ¿Por qué rendir pleitesía a viejas verdades que se han convertido en banalidades hipócritas? ¿Por qué no hacerlo saltar todo por los aires?

Como subrayan las investigaciones de los profesores Martin Gilens y Benjamin I. Page, nuestro sistema político ha convertido el consentimiento de los gobernados en una broma cruel: «El punto central que se desprende de nuestra investigación es que las élites económicas y los grupos organizados que representan intereses empresariales tienen un impacto independiente sustancial en la política gubernamental de Estados Unidos, mientras que los grupos de interés de masas y los ciudadanos medios tienen poca o ninguna influencia independiente», escriben.

El sociólogo francés Emile Durkheim en su libro «El suicidio» llamó anomia a nuestro estado de desesperanza y angustia, que definió como «falta de reglas». Sin reglas significa que las normas que rigen una sociedad y crean un sentido de solidaridad orgánica ya no funcionan. Significa que las reglas que nos enseñan -el trabajo duro y la honradez nos asegurarán un lugar en la sociedad; vivimos en una meritocracia; somos libres; nuestras opiniones y votos importan; nuestro gobierno protege nuestros intereses- son mentira. Por supuesto, si eres pobre, o una persona de color, estas reglas siempre fueron un mito, pero una mayoría del público estadounidense pudo una vez encontrar un lugar seguro en la sociedad, que es el baluarte de cualquier democracia, como señalan numerosos teóricos políticos que se remontan hasta Aristóteles.

Decenas de millones de estadounidenses, a la deriva por la desindustrialización, comprenden que su vida no mejorará, ni tampoco la de sus hijos. La sociedad, como escribe Durkheim, ya no está «suficientemente presente» para ellos. Los marginados sólo pueden participar en la sociedad, escribe, a través de la tristeza.

La única vía que queda para afirmarse, cuando todas las demás están cerradas, es destruir. La destrucción, alimentada por una hipermasculinidad grotesca, imparte un subidón y un placer, junto con sentimientos de omnipotencia, que está sexualizado y es sádico. Ejerce una atracción morbosa. Esta lujuria por destruir, lo que Sigmund Freud llamó el instinto de muerte, se dirige a todas las formas de vida, incluida la nuestra.

Estas patologías de la muerte, enfermedades de la desesperación, se manifiestan en las plagas que azotan el país: adicción a los opioides, obesidad mórbida, ludopatía, suicidio, sadismo sexual, grupos de odio y tiroteos masivos. Mi libro, «América: The Farewell Tour», es una exploración de los demonios que atenazan la psique estadounidense.

Una red de vínculos sociales y políticos -amistades y lazos familiares, rituales cívicos y religiosos, un trabajo significativo que imparte un sentido de lugar, dignidad y esperanza en el futuro- nos permite comprometernos en un proyecto más amplio que el propio yo. Estos vínculos nos protegen psicológicamente de la mortalidad inminente y del trauma del rechazo, el aislamiento y la soledad. Somos animales sociales. Nos necesitamos. Si se eliminan estos vínculos, las sociedades caen en el fratricidio.

El capitalismo es contrario a la creación y al mantenimiento de vínculos sociales. Sus principales atributos -relaciones transaccionales y temporales, prioridad al progreso propio mediante la manipulación y la explotación de los demás y el insaciable afán de lucro- eliminan el espacio democrático. La eliminación de todas las restricciones al capitalismo, desde el trabajo organizado hasta la supervisión y regulación gubernamental, nos ha dejado a merced de fuerzas depredadoras que, por naturaleza, explotan a los seres humanos y al mundo natural hasta el agotamiento o el colapso.

Trump, carente de empatía e incapaz de remordimientos, es la personificación de nuestra sociedad enferma. Es lo que la cultura corporativa enseña a los que han quedado a la deriva que deben esforzarse por llegar a ser. Expresa, a menudo con vulgaridad, la rabia incipiente de quienes se han quedado atrás y es un anuncio andante del culto al yo. Trump no es producto del robo de los correos electrónicos de Podesta, las filtraciones del DNC o James Comey. No es un producto de Vladimir Putin ni de los bots rusos. Él es un producto, al igual que los aspirantes a doppelgängers como Ron DeSantis, Tom Cotton y Margorie Taylor Greene, de la anomia y la decadencia social.

Los individuos están «demasiado implicados en la vida de la sociedad como para que ésta enferme sin que ellos se vean afectados», escribe Durkheim. «Su sufrimiento se convierte inevitablemente en el de ellos».

Estos charlatanes y demagogos, que rechazan las restricciones habituales del decoro político y cívico, ridiculizan a las élites «educadas» que nos han vendido. No ofrecen ninguna solución viable a las crisis que asolan el país. Dinamitan el viejo orden social, que ya está podrido, y claman venganza contra enemigos reales y fantasmas como si esos actos resucitaran por arte de magia una mítica edad de oro. Cuanto más esquiva permanece esa edad perdida, más viciosos se vuelven.

«Puesto que la burguesía pretendía ser la guardiana de las tradiciones occidentales y confundía todas las cuestiones morales haciendo alarde públicamente de virtudes que no sólo no poseía en la vida privada y empresarial, sino que en realidad despreciaba, parecía revolucionario admitir la crueldad, escribe Hannah Arendt en «Los orígenes del totalitarismo» sobre aquellos que abrazaron la retórica llena de odio del fascismo en la República de Weimar. «¡Qué tentación alardear de actitudes extremas en el crepúsculo hipócrita de la doble moral, llevar públicamente la máscara de la crueldad si todo el mundo era patentemente desconsiderado y pretendía ser amable, hacer alarde de maldad en un mundo, no de maldad, sino de mezquindad!».

Nuestra sociedad está profundamente enferma. Debemos curar estas enfermedades sociales. Debemos mitigar esta anomia. Debemos restaurar los lazos sociales rotos e integrar a los desposeídos de nuevo en la sociedad. Si estos lazos sociales permanecen rotos se garantizará un neofascismo aterrador. Hay fuerzas muy oscuras dando vueltas a nuestro alrededor. Antes de lo que esperamos, pueden tenernos en sus garras.

Ilustración de portada: Sigan al dinero (Mr. Fish).

Voces del Mundo

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s