Ahmed Dremly, The Electronic Intifada, 28 abril 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Ahmed Dremly es un periodista independiente, escritor y traductor que vive en Gaza.
Todas las mañanas, Abdullah al-Siksik, de 27 años, se levanta a las 3 de la madrugada para dar de comer a su burro antes de ir a trabajar.
De 8 a 12 horas al día, en su carro tirado por un burro, al-Siksik recoge la basura de los contenedores de la ciudad de Gaza, en la zona de la calle Al-Nasser.
El trabajo es agotador, pero al-Siksik casi siempre está impaciente por llegar a casa, ducharse y empezar su segundo trabajo. Desde su casa en el campo de refugiados de Yabaliya, en el norte de la Franja de Gaza, da clases de inglés a adolescentes y jóvenes.
Este es el tipo de trabajo que al-Siksik imaginó que estaría haciendo a tiempo completo cuando se graduó con una licenciatura en Inglés de la Universidad de Al-Azhar en 2018.
«A veces, doy clases gratis a niños pobres», dijo.
Pero, con solo cuatro estudiantes que le pagan 8 dólares al mes, ha tenido que complementar estos ingresos trabajando como recolector de basura, por el que le pagan 288 dólares mensuales.
Son unos ingresos escasos, pero al-Siksik los utiliza para mantener a su familia de siete miembros, incluida su esposa, sus dos hijas en edad infantil y sus padres en paro. Además, se considera afortunado por tener trabajo.
En 2022, la tasa de desempleo en Gaza era del 73,9% entre los licenciados universitarios de 19 a 29 años.
La ocupación israelí ha limitado las oportunidades y restringido los medios de subsistencia de los palestinos de Gaza con su bloqueo de casi 16 años. Y estas circunstancias de empobrecimiento han obligado a los graduados universitarios a realizar tipos de trabajo que nunca habían previsto aceptar.
Un trabajo esencial pero agotador
Cuando, en agosto de 2021, un amigo de al-Siksik le pasó una oferta de trabajo para recolector de residuos en el municipio de Gaza, al-Siksik se presentó sin dudarlo.
«Mi familia ejerció una enorme presión para evitar que aceptara el trabajo», dijo. «Me dijeron que no había estudiado una licenciatura para trabajar como recolector de residuos».
Al-Siksik y su familia viven en una pequeña casa al final de una carretera sin asfaltar, con una cocina sencilla y un cuarto de baño. Durante años, después de graduarse, los hermanos de al-Siksik, que trabajan como profesor y sastre, lo apoyaron económicamente durante toda la universidad, con la esperanza de que encontrara trabajo después de graduarse.
Al-Siksik pudo casarse con el apoyo económico de sus hermanos, pero no pudo encontrar trabajo.
Ahora Al-Siksik trabaja demasiado, incluidos fines de semana y vacaciones, y a menudo lo hace estando enfermo.
«La semana pasada me mareé en el trabajo», cuenta. «Le pedí a mi jefe que me dejara ir a casa, pero se negó. Me desmayé y pasé toda la noche en el hospital, y tuve que trabajar al día siguiente para evitar que me despidieran».
La recogida de basuras también implica tener que proporcionar provisiones a su burro, lo que puede costarle hasta 82 dólares de su salario mensual.
«Ojalá pudiera dormir hasta las 8 de la mañana sólo por un día, o desayunar con mis hijas», dice. «Si tuviera alguna alternativa, dejaría de inmediato este trabajo».
Al-Siksik también cree que los dirigentes palestinos deben rendir cuentas por la situación de desempleo en Gaza.
«Son responsables de mi situación y de la de todos los licenciados en paro que también trabajan en condiciones laborales terribles».
En busca de oportunidades en el extranjero
Farid al-Baz, de 36 años, regresó a su hogar en Gaza en mayo de 2022. Había pasado los últimos siete años estudiando en Volgogrado, una gran ciudad rusa situada a unos 600 kilómetros al sur de Moscú.
Obtuvo un doctorado en educación física en la Universidad Pedagógica Estatal de Volgogrado, pero en cuanto regresó a casa tuvo dificultades para encontrar trabajo. No era una historia desconocida para al-Baz.
En 2006 se licenció en Educación Física en la Escuela Universitaria de Ciencias Aplicadas de la ciudad de Gaza.
Luego obtuvo una licenciatura en la misma especialidad en la Universidad Al-Aqsa mientras trabajaba a tiempo parcial como entrenador en un gimnasio local por 81 dólares al mes, y después como secretario en una clínica dental por 68 dólares al mes.

Farid al-Baz, de 36 años, obtuvo un título superior en Rusia con la esperanza de trabajar como profesor universitario, pero ahora trabaja como entrenador en un gimnasio de Gaza. (Foto Ahmed Dremly)
Al-Baz anhelaba encontrar una carrera en su campo. Le apasiona la educación física y quiere trabajar como profesor. Pero los puestos de trabajo escasean. Pensó que obtener otro título mejoraría sus perspectivas laborales.
«Decidí estudiar en Rusia porque era relativamente barato y que estaría entre los mejores», dice.
Se fue de Gaza a Volgogrado en 2015. Intentó obtener una beca, pero no lo consiguió.
Su madre vendió sus viejas joyas de boda para pagarle los estudios universitarios, y su padre, un profesor jubilado con un sueldo mensual de 400 dólares, le ayudó a pagar la matrícula.
Mientras tanto, su mujer, embarazada de 32 semanas, alquilaba su apartamento por 165 dólares al mes para pagarle la estancia en Rusia.
No pudo visitar Gaza durante los siete años que estuvo en Rusia.
«Tenía miedo de que, si visitaba Gaza, el paso fronterizo de Rafah se cerrara y me quedara atrapado», explica.
El paso fronterizo de Rafah, entre Gaza y Egipto, es la única vía de salida de la Franja para la mayoría de los gazatíes, y como el paso suele estar cerrado e Israel controla todos los permisos de viaje, quedarse atrapado era una posibilidad real.
«Lo más importante es que el viaje me costaría hasta 2.000 dólares, y necesitaba cada céntimo para pagar mis estudios universitarios».
Se le partía el corazón cuando su mujer le enviaba fotos de su hija, pero creía que el sacrificio de no ver a su familia, a la larga, le compensaría.
«Me mantuve paciente, aunque con mucha pena, porque esperaba conseguir un trabajo decente para labrarnos un futuro mejor», dijo.
En siete años en Rusia, el coste de su educación ascendió a unos 40.000 dólares. Ahora, de vuelta en Gaza, sigue sin encontrar trabajo en su campo, ni siquiera con sus títulos avanzados.
Codiciados puestos de profesor
Al-Baz tiene el mismo trabajo que tenía antes de doctorarse en el extranjero: entrenador en un gimnasio local. Gana unos 165 dólares al mes.
«Me quedé muy sorprendido», dice, porque creía que le iban a dar un puesto de profesor.
«Mi salud mental se ha deteriorado. Mi padre siempre tiene miedo de que me haga daño por rabia y pena, pero siempre me apoya y me levanta el ánimo».
Graduados universitarios como al-Siksik y al-Baz se sienten cada vez más desesperados por su situación laboral.
Aunque se consideran afortunados por trabajar, se preguntan cuándo y cómo encontrarán un empleo más adecuado a sus capacidades.
¿Tendrán algún día recompensa sus sacrificios?
Ziad Thabet, subsecretario del Ministerio de Educación en Gaza, declaró que 46.000 personas solicitaron puestos de profesor en 2021. El ministerio, por su parte, sólo contrata a unos 500 nuevos profesores cada año.
Las probabilidades están en contra de los nuevos profesores.
«Mi padre pagó todo su dinero para que yo estudiara», dijo al-Baz. «Mis padres se privaban de las comidas diarias para enviarme dinero. Mi madre se negó a reparar la cocina por mis estudios».
Al-Baz dijo que su hermano estudia medicina en Venezuela.
«Siempre le aconsejamos que no regrese a Gaza bajo ninguna circunstancia, cualquier lugar es mejor que Gaza, donde los puestos de trabajo escasean por completo», afirmó.
Foto de portada: Abdullah al-Siksik, de 27 años, posa con su hija y su burro en el campo de refugiados de Jabaliya, en Gaza. Aunque se licenció en inglés, trabaja como basurero en Gaza (Ahmed Dremly).