Isaac Chotiner, The New Yorker, 3 mayo 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Isaac Chotiner es redactor en The New Yorker, donde es el principal colaborador de Q. & A., una serie de entrevistas con figuras públicas de la política, los medios de comunicación, los libros, los negocios, la tecnología y otros ámbitos. Antes de incorporarse a The New Yorker, Chotiner fue redactor en Slate y presentador del podcast «I have to ask». Ha escrito para The New Yorker, el Times, The Atlantic, el Times Literary Supplement, el Washington Post y el Wall Street Journal. Tras licenciarse en la Universidad de California, Davis, Chotiner trabajó en The Washington Monthly antes de incorporarse a The New Republic, en 2006, como reportero-investigador. Pasó a dirigir la sección de libros online de la revista, donde más tarde se convirtió en redactor jefe.
Durante el último año, Tatiana Stanovaya, investigadora principal del Carnegie Russia Eurasia Center, ha analizado cómo la invasión de Ucrania ha moldeado la política rusa. Stanovaya ha estado explicando el entorno político ruso a audiencias extranjeras desde 2018, cuando fundó R. Politik, una firma de análisis político, que ahora está en Francia. Recientemente ha argumentado que el estancamiento del progreso en el campo de batalla ha llevado a las élites rusas a estar cada vez más desencantadas con el liderazgo de Putin.
Me puse en contacto con Stanovaya, que se siente más cómoda escribiendo en inglés por correo electrónico; intercambiamos varias rondas de preguntas y respuestas. A continuación, reproducimos nuestra conversación, editada para mayor extensión y claridad. En ella hablamos de por qué Putin permite las críticas a su política por parte de la derecha nacionalista, de lo que unas sanciones efectivas podrían conseguir realmente y de lo que el meteórico ascenso de Yevgeny Prigozhin, fundador del Grupo Wagner, explica sobre la Rusia de Putin.
Usted escribió recientemente que Putin es más vulnerable de lo que la mayoría de la gente piensa. ¿A qué se debe?
Tendemos a equiparar el régimen de Putin con el propio Putin. A menudo se oye decir que, si Putin desaparece, su régimen caerá. Sin embargo, advierto contra esta suposición, ya que el régimen puede resultar más resistente, prolongado y potencialmente radical que el propio Putin. Depende de las circunstancias de la marcha de Putin, pero en mi opinión su régimen puede sobrevivirle. Esto no sólo se debe a razones naturales relacionadas con la edad y la salud, sino también a la forma en que la guerra ha cambiado drásticamente la situación interna de Rusia.
Putin, que antaño era un líder fuerte con un plan, una visión y unos recursos claros para garantizar la estabilidad del Estado, ahora parece desinformado, vacilante. No está proporcionando una estrategia tranquilizadora sobre cómo Rusia va a salir de esta crisis. Si Putin hubiera conquistado Ucrania en los primeros meses de la guerra, no habría preguntas. No sólo ha fracasado, sino que ha creado una crisis sin una salida clara. No digo que no tenga una visión, pero la forma en que interactúa con las élites y afronta las derrotas militares alimenta la incertidumbre y la ansiedad sobre el futuro de Rusia.
Esto fue especialmente grave de septiembre a febrero, cuando Ucrania llevó a cabo una exitosa contraofensiva en la región de Járkov, y Occidente mostró firmes intenciones de suministrar armas a Ucrania. Putin respondió con invectivas y amenazas antioccidentales, a veces con insinuaciones nucleares, pero sin ninguna hoja de ruta explícita de medidas prácticas. En la actualidad, la incertidumbre ha disminuido debido a la prolongada estabilización de la línea del frente, y cada vez hay más dudas sobre la capacidad de Ucrania para cambiar estratégicamente la situación militar y recuperar sus territorios invadidos.
Sin embargo, el sentimiento generalizado entre las élites rusas es que los intentos de victoria están condenados al fracaso. Este sentimiento no sólo lo tienen las élites, que ven la guerra como un error catastrófico, sino también quienes creen que Ucrania no existe como Estado y debe ser «desnazificada», lo que, en pocas palabras, significa convertirse en prorrusa.
Putin se está volviendo demasiado «loco» para los grupos de mentalidad progresista que entienden las restricciones a las que se enfrentará Rusia, debido a las sanciones, en su desarrollo tecnológico y científico, y demasiado blando para los que creen que Rusia debe optar por la movilización total (militar y económicamente) y hacer caer todo su poder sobre Ucrania. Además, dentro de este último segmento, hay una parte cada vez mayor de la élite que cree que ya es demasiado tarde, que Rusia tendrá que hacer una pausa en la guerra para lanzar reformas internas radicales con purgas totales de la élite, redistribución de la propiedad e imposición de la ideología de Estado para poder volver a la guerra en mejores condiciones.
Putin parece ignorar todo esto. Hay un creciente déficit de Putin en el régimen de Putin. Si no retoma la iniciativa, y creo que no lo hará porque la situación no le parece tan mala, la próxima crisis a la que se enfrente el régimen puede costarle cara.
Putin ha permitido ciertas críticas a su política por parte de lo que podría llamarse su derecha: el jefe del Grupo Wagner, los blogueros partidarios de la guerra que quieren más crueldad contra Ucrania, los servicios de seguridad, que usted dice en su artículo que quieren una autocracia más estricta. ¿Por qué?
Una de las principales características de Putin, que no debemos pasar por alto, es su sincera creencia en su «misión» histórica. Esto significa que sus movimientos no siempre tienen que ver con maniobras políticas coyunturales, sino a veces con su convicción de que sirve al Estado que cultiva. Al público occidental puede parecerle que estoy justificando o simpatizando con Putin, pero, como analista, intento comprender los incentivos internos, la motivación y la lógica de las figuras políticas. Nos guste o no, Putin cree que sirve a los intereses nacionales de Rusia, incluso si la forma en que lo hace perjudica a Rusia más de lo que la ayuda.
A través de este prisma, distingue claramente entre una oposición correcta y buena y una oposición destructiva y hostil. Si miramos objetivamente, Yevgeny Prigozhin, con todas sus actividades públicas durante el año, ha dañado políticamente al régimen quizás mucho más que Alexey Navalny, el líder de la oposición encarcelado. Prigozhin es mucho más peligroso políticamente. Ha dividido a las élites, ha atacado a los pilares del régimen, como el ejército, y ha desafiado a las personas nombradas por Putin, e incluso a la administración presidencial, utilizando sus propias milicias armadas y sus aliados mediáticos. Tiene una agenda mucho más radical que la que se le suele permitir difundir en el espacio informativo. Y, sin embargo, sigue siendo intocable, gracias únicamente a Putin a nivel personal.
La principal diferencia entre Navalny y Prigozhin, a ojos de Putin, es que el primero tiene intenciones destructivas para arruinar a Rusia y a menudo es utilizado como herramienta en manos de los enemigos estratégicos de Rusia: Occidente. Prigozhin, por muy destructivo que parezca, se guía por prioridades prorrusas y sus mejores deseos. En otras palabras, Putin ve a Navalny como un traidor y a Prigozhin como un auténtico patriota. Lo mismo ocurre con todo el público radicalmente proguerra de las redes sociales.
El problema es que sólo Putin ve las cosas de esta manera. Para una parte significativa de la élite dominante rusa, Prigozhin, junto con los «patriotas furiosos», como los llaman los supervisores de la política interior en el Kremlin, representan una auténtica amenaza que hay que reducir. Esta es otra división entre Putin y las élites. Muchos en la cúpula creen que Prigozhin es peligroso para el régimen, desde los tecnócratas, a quienes simplemente horroriza, hasta el F.S.B., que lo considera una amenaza. Sin embargo, Putin se lo permite. Yo no exageraría el nivel de la actitud positiva de Putin hacia Prigozhin, pero lo ve como un héroe genuino que a veces es torpe y va demasiado lejos, y necesita ser refrenado debido a sus arrebatos a menudo emocionales. Pero no es un enemigo, y merece tener su propio lugar en el sistema, independientemente de lo que piensen los demás.
En marzo apareció lo que parecía ser una llamada telefónica filtrada entre las élites rusas quejándose de Putin. Usted escribió recientemente que «el asunto ha puesto de relieve dos tendencias contradictorias entre las élites rusas. La primera es la creciente alarma y desesperación, y la sensación de que Putin está llevando al país por un precipicio hacia una perdición inminente. La segunda es el aumento del aparato represivo del país y del bloque patriótico, que aúlla pidiendo sangre cada vez más fuerte, con sus llamamientos a las purgas y a una mayor vuelta de tuerca». ¿Cómo describiría estos bloques y lo que quieren? ¿En qué se diferencian ideológicamente de Putin?
Esta división entre lo que yo llamo tecnócratas y patriotas es muy condicional, pero ayuda a mostrar una imagen más amplia de lo que está ocurriendo en la élite rusa. La primera tendencia está compuesta por tecnócratas, altos funcionarios cívicos y la mayoría de los gobernadores regionales, que sólo pueden observar pasivamente lo que sucede. Ejecutan en silencio -o a veces con necesario y ostentoso patriotismo- las órdenes de Putin, sin que se les permita debatir sobre política de nivel estratégico, geopolítica o asuntos exteriores. No tienen agenda propia, visión ideológica ni ambiciones. Son muy pragmáticos y no se hacen los héroes, prefiriendo a menudo adaptarse y mimetizarse con el entorno.
El segundo segmento, que podemos llamar «patriotas», representa una corriente principal visible y a veces ruidosa. Tienen sus propias agendas múltiples y una ideología conservadora mucho más radical que la de Putin. Hablamos de los jefes de los servicios de seguridad; Rusia Unida, el partido gobernante; los mencionados anteriormente, como Prigozhin; y los corresponsales militares. A diferencia del primer segmento, tienen sus propias recetas diversas sobre cómo salir de la crisis, cómo tratar con Ucrania y cómo arreglar las cosas en política interior y economía. Muchos de ellos defienden la ley marcial, la movilización total, poner la economía en pie de guerra y un enfoque más duro con los «enemigos» internos y los «traidores». Muchos de ellos son simplemente oportunistas, que sólo existen para complacer a Putin, adivinar y satisfacer sus necesidades y demostrar su valor político.
Están arrastrando progresivamente al país hacia un Estado más represivo. La radicalización de la política interior adquiere su propio impulso y no se ha organizado deliberadamente desde un centro único y unido de toma de decisiones. Esto se ha convertido incluso en un quebradero de cabeza para los supervisores de la política interior, que tienen que ingeniárselas para contener a los «patriotas» y rebajar sus ansias. Toda esta represión y apriete de tuercas que vimos antes y especialmente durante la guerra son el resultado de la cacofonía burocrática y política interna. En el hipotético «Kremlin» no hay un centro particular de toma de decisiones donde un grupo limitado de personas se reúna para decidir de antemano a quién procesar, condenar o detener. En cambio, este proceso represivo está descentralizado e implica a muchos actores, aunque con un papel dominante del F.S.B.
Por supuesto, la mayoría de los casos de alto perfil deben acordarse con Putin (que suele ser informado a posteriori), pero no todos. Esta tendencia ha cobrado impulso y avanza con independencia de las intenciones de Putin, que en cualquier caso son favorables a la represión, sobre todo porque delega estas decisiones.
Esto puede crear la impresión de una política bien gestionada, pero sólo debido al hecho de que se mueve en la misma dirección. He aquí un ejemplo: el año pasado, Prigozhin persuadió a Putin para que permitiera el reclutamiento de prisioneros para luchar en la guerra. La decisión se tomó sin el debido análisis y consulta con otros organismos. Putin dio instrucciones a su administración para que ayudara a Prigozhin, para que le abriera las puertas de las cárceles. Esto provocó la indignación de varios organismos, entre ellos el Ministerio de Justicia, responsable formal del sistema penitenciario, la Fiscalía General y la F.S.B. Todos ellos habían pasado años encarcelando a criminales que ahora pasaban a manos de un «empresario privado» ingobernable con su propio ejército y armas. Corrían el riesgo de aparecer en las calles rusas dentro de seis meses como si nada hubiera pasado. Hicieron falta varios meses para convencer a Putin de que pusiera fin a esta práctica y pasara el trabajo de reclutamiento al Ministerio de Defensa, que ahora opera en las prisiones de forma mucho más selectiva.
Esto muestra cómo esta parte de la élite, los «patriotas», que quieren que Rusia gane en Ucrania, tienen enfoques y visiones contradictorios sobre cómo y a qué precio puede hacerlo el Estado. Pero estos dos segmentos, los «tecnócratas-ejecutores» y los «patriotas», tienen un punto en común: comparten la sensación de que el comportamiento político de Putin, con la guerra como telón de fondo, no es adecuado para los retos a los que se enfrenta Rusia.
Al menos según los limitados datos de opinión pública de que disponemos, estas preocupaciones sobre Putin no son compartidas por la opinión pública rusa. ¿Por qué cree que esta preocupación de las élites por Putin no se ha extendido, si cree que las encuestas son exactas?
A pesar de la preocupación de que no podamos calibrar realmente las opiniones en Rusia, ya que los individuos pueden ocultar sus sentimientos por miedo o falta de honestidad, creo que todavía tenemos acceso a datos sociológicos relativamente precisos. Estos datos proceden de encuestadores independientes como el Levada Center. En general, sus resultados coinciden con los de los encuestadores controlados por el Estado. Como resultado, tenemos una imagen de la sociedad rusa predominantemente proguerra, leal a las autoridades y poco proclive a la protesta. Sin embargo, esto no se debe necesariamente a un apoyo positivo a Putin sino, más bien, a una elección racional de apoyarse en el Estado como la institución política más capacitada para protegerse de las amenazas externas percibidas que una parte significativa de la sociedad rusa cree que quieren destruir Rusia.
La diferencia entre la sociedad y la élite es que las élites están más directamente implicadas en la guerra, ya sea como objeto de sanciones, como participantes en la toma de decisiones o asignando recursos a los esfuerzos bélicos. El coste de una derrota militar sería devastador para ellas. En cambio, la sociedad en su conjunto tiene menos que perder y teme más un posible ataque militar de la OTAN que una derrota rusa en la guerra, aunque ambas cosas estén relacionadas. Mientras que las élites ven la derrota como una amenaza directa a su seguridad personal -pudiendo muchos ser considerados cómplices de crímenes de guerra- y a su futuro, la sociedad estaba en gran medida apartada de la agenda militar y del proceso de toma de decisiones, al menos antes de la movilización de septiembre.
Ahora, a medida que el Kremlin adopta cada vez más una estrategia pública de presentar a Rusia como víctima, cuanto mayor sea la amenaza externa percibida, más apoyo social recibirán las autoridades. El Kremlin explota eficazmente estos temores promoviendo una ideología estatal ultrapatriótica, un culto al Estado, y reintroduciendo elementos de la ideología y las instituciones soviéticas. Esto conduce a un aumento de las denuncias masivas y a una atmósfera de intolerancia hacia cualquier atisbo de sentimiento antibelicista.
Esta tendencia también significa una militarización progresiva de la sociedad, que a su vez intimida a las élites y no deja lugar a ninguna forma de desacuerdo. En mi opinión, el problema del régimen ruso no es que pueda derrumbarse desde dentro, sino que podría transformarse en algo monstruoso: implacable, inhumano, con un control digital omnipresente y un reino del miedo. Esto se debe a que el precio de ceder, especialmente para las élites, significaría el fin de Rusia tal y como se conoce actualmente.
Se ha referido a Putin como «mal informado» y «vacilante». Y ha dicho que la situación actual «no le parece tan mala». En otros lugares hemos leído sobre lo aislado que está. ¿Por qué cree que no consigue tranquilizar a las élites, y por qué es incapaz de obtener buena información?
Aquí deberíamos diferenciar dos cosas. En primer lugar, cómo aparece Putin ante las élites y, en segundo lugar, lo bien informado que está realmente. A muchos miembros de la élite rusa, incluidos burócratas de alto nivel, les parece que está mal informado y que duda. Sin embargo, la situación es más compleja. Si bien es cierto que la preparación de Putin para la guerra y las suposiciones hechas por él y los responsables de la toma de decisiones eran profundamente defectuosas y erróneas, aprende rápido. Pero su conciencia no siempre es coherente y depende mucho del tema.
En cuanto a las cuestiones económicas -algo que siempre le ha parecido aburrido y en lo que delega de buen grado- se ha mostrado excesivamente optimista, incluso inspirado por la perspectiva de un gran avance económico, al tiempo que subestimaba los riesgos a largo plazo. También cree que la gente le quiere y le apoya de verdad, compartiendo sus principales narrativas, aunque este apoyo sea, como he mencionado antes, más racional y calculado. En Rusia se oye a menudo algo así como: «Putin es un ladrón corrupto, pero nos ocuparemos de él después de la guerra; ahora no es el momento de disputas políticas». Otro ejemplo: Putin cree sinceramente que Rusia tiene muchos amigos entre las élites y sociedades occidentales, así como en el mundo antiamericano. Cree que el mundo está al borde de un cambio importante, con el actual orden internacional a punto de derrumbarse.
Putin puede adaptarse y ser consciente; sabe cuándo esperar, calcular y tomar decisiones mesuradas. Sigue teniendo acceso a información objetiva, aunque a veces con importantes retrasos. El problema con Putin es que ha desarrollado poderosos filtros a lo largo del tiempo, una fortaleza del sistema de creencias que determina de forma natural quién puede llegar a él y qué información puede penetrar. Se autocensura debido a sus creencias, lo que provoca que su círculo íntimo también se autocensure para evitar reacciones negativas. El único mecanismo que sigue proporcionando eficazmente información alternativa son los conflictos internos: el F.S.B. denuncia al Ministerio de Defensa y a figuras como Prigozhin; Prigozhin denuncia a figuras militares; el Servicio Federal de Protección denuncia al F.S.B., y así sucesivamente. No existe un sistema centralizado de suministro de información, pero mientras la gente pueda llegar hasta Putin para quejarse de sus oponentes, éste estará relativamente informado.
Sin embargo, esto no conduce necesariamente a una toma de decisiones de alta calidad; es más bien un vaivén. En un momento dado, Prigozhin logra entregar información y se gana el favor de Putin, lo que contribuyó al nombramiento de Sergey Surovikin para dirigir el esfuerzo bélico el pasado otoño. Luego, es el turno de Valery Gerasimov y Surovikin es degradado.
Putin se ha vuelto bastante ineficaz en la toma de decisiones colectivas, habiéndose acostumbrado a asignar tareas a confidentes específicos que evitan colaborar con los demás. El resultado es una ejecución defectuosa e ineficaz. Está menos aislado de lo que creíamos: la frecuencia de sus reuniones y viajes ha aumentado considerablemente. Sin embargo, ahora cada movimiento público se escenifica para satisfacer los sentimientos y creencias de Putin, de modo que incluso cuando se aventura a salir, sólo ve lo que quiere ver.
Aunque Putin intente escapar de su aislamiento, el sistema en el que funciona como figura política se ha ido cerrando cada vez más, cociéndose en su propio jugo y alimentando sus ilusiones más distorsionadas. Con el tiempo, y a medida que envejezca, esto se deteriorará dramáticamente. En años anteriores, las élites se esforzaban por acceder a Putin, pero ahora prefieren evitar cruzarse con él, considerando su implicación personal más un problema que una solución.
¿Puede hablarnos un poco de cómo recopila la información y realiza su trabajo?
Es una pregunta muy comprensible, sobre todo teniendo en cuenta que llevo mucho tiempo viviendo en el extranjero. Dejé Rusia en 2010 y, por aquel entonces, trabajaba en el Centro de Tecnologías Políticas, uno de los think tanks más antiguos de Rusia, donde permanecí hasta 2018. Así que fui de las relativamente pocas personas que empezaron a trabajar a distancia mucho antes de que la pandemia de la COVID lo convirtiera en algo habitual. El desarrollo de las redes sociales ha hecho cada vez más común y natural estar en contacto con personas que se encuentran a miles de kilómetros de distancia. Además, las redes sociales no sólo sirven para establecer contactos personales, sino que también van sustituyendo paulatinamente a los medios de comunicación tradicionales, sobre todo cuando se trata de Rusia. En el segmento político ruso de Telegram se pueden encontrar toneladas de fuentes exclusivas y auténticas, así como debates y opiniones con un nivel de censura relativamente bajo. Hay ultrapatriotas y corresponsales de guerra que informan sobre asuntos militares, medios de mentalidad liberal, expertos destacados, periodistas y políticos. La gente habla mucho, y el Kremlin, al menos por ahora, permite que Telegram funcione porque se ha convertido en una plataforma de comunicaciones intraélite, incluso dentro del propio Kremlin. También hay muchos canales oficiales y semioficiales de Telegram, que pueden no ser muy populares, pero publican documentos, participan en debates y ofrecen la oportunidad de hacer preguntas. Así pues, entre el 90% y el 95% de la información procede de fuentes abiertas.
En cuanto a la información privilegiada, es una cuestión muy contradictoria cuando se trata de la política rusa. Por un lado, tengo una especie de privilegio: en Rusia no se me considera periodista, y no lo soy. Además, no se me percibe como anti o pro-Putin, por lo que las autoridades, o las personas cercanas a ellas, pueden hablar conmigo sin temor a que se utilice en su contra o se publique en algún sitio. Especialmente con la guerra, las figuras de alto nivel en Rusia prácticamente han dejado de hablar con alguien que pertenezca a organizaciones «hostiles», como los medios de comunicación afines a la oposición. Siempre digo que el objetivo no es la información exclusiva, sino el entendimiento. Mi principal intención y principio básico es mantener la objetividad y cultivar una actitud fría hacia las figuras políticas. Sé que a menudo enfada a quienes están en contra de Putin y que pueden considerar mi enfoque una forma de justificar la toma de decisiones rusa, pero, para mí, no hay «malos» ni «buenos», porque no hay una agenda política detrás de mi investigación.
El mayor problema con los iniciados no es cómo llegar a ellos o hacerles hablar; el problema es la naturaleza de la toma de decisiones en el régimen de Putin. Sólo muy pocas personas, y siempre diferentes, saben algo sobre las próximas decisiones políticas o geopolíticas. Podrías tener una gran amistad con Mijaíl Mishustin, el primer ministro ruso, pero si le hubieras preguntado en los primeros días de enero de 2020, cuando dirigía el servicio fiscal federal, si Putin estaba preparando una remodelación del Gobierno con la destitución de Dmitri Medvédev, nunca te lo hubiera confirmado. Podrías ser el confidente más cercano de Sergey Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, pero nunca te confirmaría que Putin se prepara para lanzar la guerra contra Ucrania, porque Lavrov simplemente no estaba informado.
El acceso a las personas con información privilegiada en Rusia tiene más que ver con aspectos subjetivos, como los sentimientos, las expectativas, las esperanzas y los temores de las élites. Con la guerra ha aumentado la intensidad de los contactos, ya que la gente tiene cada vez más preguntas sobre lo que está pasando y, simultáneamente, se reduce el acceso al mundo exterior. Hay muchos menos viajes al extranjero, si es que hay alguno, y contactos muy limitados con occidentales, y un hambre creciente de información alternativa que no sea «patriótica» ni de oposición, sino simplemente objetiva.
El Wall Street Journal informó recientemente de que las sanciones podrían estar finalmente perjudicando al régimen. ¿Es ésa su sensación?
Esta es una de las preguntas más contradictorias que tiene que oír un experto, ya que a menudo implica ilusiones, política y activismo, en lugar de un análisis objetivo. Como no economista, veo las cosas desde una perspectiva política. Actualmente, las sanciones están consolidando a las élites en lugar de perjudicarlas, y lo mismo ocurre con la sociedad. En conversaciones privadas, los rusos de a pie suelen expresar actitudes negativas hacia Putin, pero cuando se trata de la guerra, dicen que debemos dejar a un lado nuestros desacuerdos y permanecer unidos para hacer frente a la amenaza externa que pretende destruir su país. La unión en torno a la bandera ha mantenido constantemente altos los índices de aprobación de las autoridades y el apoyo a la guerra.
Mis colegas y amigos que visitan Moscú a menudo (por desgracia, yo no puedo arriesgarme, pero mi familia está allí) dicen que la gente vive como siempre, y parece que nada ha cambiado. Los restaurantes están abiertos, las tiendas bien surtidas y hay donde elegir. Sin embargo, el ambiente es extremadamente pesado y sombrío. Aunque reconozco que las sanciones están teniendo efecto, no están funcionando como se esperaba. No hay que contar con un golpe de Estado, el surgimiento de una oposición anti-Putin o la aparición de sentimientos antibelicistas. Por el contrario, las sanciones empujarán al régimen a transformarse en su estado más oscuro, crearán motivos para errores de cálculo y disminuirán la competencia de la burocracia, lo que conducirá a decisiones irracionales y equivocadas. Junto con la imposibilidad de ganar la guerra como se planeó al principio, las sanciones condenan al régimen a acabar mal.
Entiendo que pregunten cómo y cuándo, pero no tengo respuesta. Podría llevar mucho tiempo, con una lenta transición del régimen de Putin al putinismo institucional-sin-Putin hasta la primera crisis interna grave. Hay muchos escenarios sobre cómo puede evolucionar la situación, incluyendo la velocidad de los cambios, el nivel de violencia o la naturaleza de la agitación (si vendrá de las élites o de la sociedad). Sin embargo, las sanciones actuales no ofrecen ninguna vía para que este tipo de régimen dé marcha atrás, detenga la guerra o considere la posibilidad de entablar auténticas conversaciones de paz; sólo pueden conducir a una mayor degradación interna. No se trata tanto de la aparición de una oposición anti-Putin como del deterioro de la calidad de la toma de decisiones y la autodestrucción. Pero incluso en este sentido, no hay que ser demasiado optimista, ya que el régimen es rápido para aprender de sus errores y adaptarse a las consecuencias imprevistas.
Foto de portada: Putin se dirige a celebrar una reunión en el Kremlin (Aleksey Nikolskyi).