Yassin al-Haj Saleh, L’Orient Today, 13 abril 2023
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio, expreso político y cofundador de la página online Al-Jumhuriya. Ha ganado el Premio Príncipe Claus. Entre sus libros destaca “La revolución imposible” (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo)
Hay algo incomprensible en el ritmo acelerado de normalización entre un número creciente de regímenes árabes y el régimen de Bashar al-Asad en Siria.
Tras las visitas del dictador sirio a Mascate en febrero y luego a Abu Dabi en marzo, el ministro de Exteriores sirio realizó el pasado miércoles su primer viaje a Arabia Saudí desde 2011. Además, Arabia Saudí acogerá el viernes una reunión de nueve ministros de Asuntos Exteriores de la región para debatir el regreso de Siria a la Liga Árabe tras 12 años de suspensión.
Cualesquiera que sean los factores que propongan los analistas racionales para explicar este giro, parecen poco convincentes y desconcertantes. Sin embargo, aventurémonos entre los aventureros.
¿Está motivado este acercamiento por el deseo de expulsar a Irán de Siria o debilitar la influencia de Teherán en Damasco, como afirman algunos apologistas emiratíes y saudíes? Este objetivo parece muy improbable.
Irán está mucho más arraigado en Siria y las relaciones entre ambos regímenes son demasiado orgánicas y sólidas como para seducir a Damasco a que las abandone. El régimen de Assad no puede cortar o incluso debilitar sus lazos con Irán, y no quiere hacerlo. ¿Y por qué debería hacer algo así? Irán ha salvado al régimen y le ha dado una razón de ser: luchar contra el «terrorismo takfirí» y ser miembro del «eje de la resistencia», elementos ambos que resuenan en la constitución sociocultural del régimen.
El primer objetivo resuena también con las políticas de los regímenes de Mohamad bin Zayed y Mohamad bin Saud (y con las de EEUU, Rusia y todos los demás), y el segundo es una cobertura ideológica para una alianza sectaria regional que está orientada orgánicamente contra los países árabes (los saudíes en particular) y cuyo centro está en Teherán.
La Liga Árabe es mucho menos importante para el régimen. No es más que un juego al que jugar, como siempre lo ha sido la ONU -como dijo el propio Bashar a Barbara Walters en el último mes de 2011-.
Obtener dinero de ambos es siempre muy bueno, por supuesto, pero lo real es el poder, el poder absoluto y permanente. Irán lo proporciona, con determinación geoestratégica y motivación geocultural. En el Líbano, Iraq, Yemen y en la propia Siria, Teherán ha demostrado que está bien preparado para llegar a extremos de dominación.
Así que, si realmente esto es lo que los gobernantes de EAU y Arabia Saudí, y otros de Jordania, Argelia y Egipto, creen que están haciendo, están patéticamente equivocados y saldrán de la partida sólo como perdedores.
¿Estabilizar la región?
Tal vez el acercamiento esté más bien motivado por la voluntad de estabilizar las acaloradas luchas en la región.
Los EAU están normalizando sus relaciones con Israel, mientras que Arabia Saudí lo hace con Irán y envía señales positivas a Israel. Ambos están dando pasos atrás respecto a Yemen.
Pero aparte del hecho de que esto significa aceptar a un régimen que ha matado a medio millón de sus habitantes, desplazado a 7 millones de ellos y destruido muchos de sus pueblos y ciudades, la verdadera pregunta es: ¿quiere el régimen sirio estabilizar la región?
Su historia a lo largo de más de medio siglo no valida tal hipótesis, no sólo en Siria, sino también en el Líbano, Iraq y Turquía. La estructura belicosa del régimen está inscrita en su naturaleza de gobierno familiar, que aspira a permanecer en el poder para siempre en un país que era una república, a diferencia de los propios Estados del Golfo, donde dinastías y naciones se formaron juntas.
El régimen de Asad llegó al poder mediante un golpe de Estado, y es esencialmente un golpe permanente contra el Estado y la sociedad sirios, con métodos brutales de gobierno. La fallida revolución que estalló hace 12 años no hizo sino consolidar esta formación beligerante.
Entonces tal vez sea para ayudar al pueblo sirio, que ha sufrido mucho desde marzo de 2011. Por desgracia, parece que los normalizadores no se han molestado en decir ni una palabra sobre las más de 111.000 personas cuyo destino sigue sin conocerse. También guardan silencio sobre el derecho al retorno seguro de cerca de 2 millones de personas que viven en condiciones precarias en el Líbano y Jordania, los 3,7 millones cuyas condiciones de vida no hacen más que empeorar en Turquía, y el medio millón en Iraq y Egipto.
Además, el régimen familiar de Siria no sólo es corrupto, sino que funciona como una mafia criminal, y aspirará a cualquier ayuda que puedan conceder los financiadores regionales e internacionales, con un impacto mínimo en el nivel de sufrimiento humano en el país.
¿Acuerdo Yemen por Siria?
¿Hay, detrás de la normalización con el régimen «químico», la conciencia de una retirada de Estados Unidos de Oriente Medio y de crecientes centros de poder regionales, con buenas relaciones con Rusia, China y sus aliados?
En ese sentido, ¿es normalizar las relaciones con el régimen asesino un juego con los estadounidenses, que trataron de una manera percibida como irrespetuosa por sus aliados saudíes en los días de Obama, y que son reacios a tratar con Mohamad bin Salman?
Aunque no se pueden negar las emociones y el rencor en política, especialmente cuando se trata de élites no elegidas y que no rinden cuentas, la normalización con Irán y su protegido en Siria parece «refugiarse del calor en el fuego», como dice un viejo proverbio árabe.
¿Quizás se trate de un acuerdo Yemen por Siria? Es decir, ¿los iraníes frenan su avanzada hutí, y los saudíes se normalizan con su avanzada en Damasco, dando a la dominación de Irán sobre Siria (por no hablar de Iraq y el Líbano) plena legitimidad árabe? Difícilmente una opción racional.
Sería inimaginable, en cualquier caso, que normalizar las relaciones con el régimen de Siria se deba a que ha tenido éxito convirtiendo a Siria en un narcoestado, e introduciendo ingeniosamente de contrabando píldoras de Captagon a los mercados del Golfo.
Sobre todo porque, para el régimen, el imperio del narcotráfico dirigido por el hermano de Bashar, Maher al-Asad, que parece haber visitado Arabia Saudí hace unos días, no es probablemente sólo una cuestión de dinero: es una guerra destinada a destruir la sociedad saudí desde dentro, del mismo modo que hizo con la propia Siria.
La normalización emiratí-saudí con el régimen de Asad carece de fundamento desde un punto de vista racional. Pero tal vez podamos encontrar una explicación bastante «racional» en el campo de lo irracional.
Lo que queda por considerar, en mi opinión, es un ideal extremadamente común compartido cada vez más por las «élites» árabes: la política sin política, derechos, debate o incluso sociedad, una dinámica de dubaización de muchos países árabes.
Este ideal consiste en una modernidad puramente material, paraísos vigilados para los oligarcas superricos y condiciones de semiesclavitud para las mayorías sociales. Este es el significado de la NEOM de Mohamad bin Salman su «Línea», de la «Ciudad Sisi» en Egipto y de sueños de reconstrucción como la Ciudad Marota de la narcoélite en Damasco.
Estos pájaros de un mismo plumaje proceden de entornos muy diferentes, pero ahora llegan a compartir una utopía fascista modernista. Las cuestiones de justicia, dignidad humana e incluso interacciones sociales incontroladas son intraducibles al lenguaje de estas aristocracias de matones depredadores. Desde esta perspectiva, el asesinato en masa no es un obstáculo para la normalización. Por el contrario, puede ser una opción radical a desplegar en tiempos de necesidad.
Parece que está surgiendo un nuevo sistema árabe, extremadamente reaccionario, brutal y centrado en aplastar cualquier movimiento popular. Nos esperan tiempos difíciles.
Foto de portada proporcionada por la Agencia de Prensa Saudí (SPA, por sus siglas en inglés) el 12 de abril de 2022, muestra al ministro de Asuntos Exteriores sirio Faisal Mekdad (izda.) reunido con el viceministro de Asuntos Exteriores saudí Walid al-Khuraiji en Yeda. Mokdad llegó a Arabia Saudí el 12 de abril, según un comunicado saudí, en el primer viaje de este tipo desde el estallido de la guerra civil siria en 2011 (AFP).