JALAL SULEIMAN, AL-MONITOR, 14 FEBRERO 2022
Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Jalal Suleiman es un periodista sirio que ha trabajado para varios medios de comunicación árabes e internacionales, como Reuters y Al Jazeera. En la actualidad cursa un máster en periodismo y relaciones internacionales en París.
Muchas mujeres de los campos de desplazados del noroeste de Siria se han visto obligadas a buscar trabajos, a menudo de carácter físicamente agotador, debido al deterioro de las condiciones de seguridad y a la ausencia del sostén de la familia.
Los años de guerra en Siria han dejado tras de sí a muchas mujeres viudas que se han visto obligadas a convertirse en el sostén de la familia y a entrar en el mercado laboral, a pesar de no tener cualificaciones educativas o profesionales. Otras, cuyos maridos resultaron heridos o desaparecieron por la fuerza, se han visto forzadas a trabajar en profesiones penosas a cambio de un modesto estipendio económico que asegurara las necesidades básicas de alimentación y medicinas de sus familias en medio de la pobreza, la falta de oportunidades laborales, el desplazamiento y la pérdida del sostén de la familia.
“No esperaba que las duras condiciones me empujaran un día a dedicarme a una profesión reservada a los hombres”, dijo Karima al-Sheikh, de 31 años, mientras mezclaba arena y cemento para fabricar ladrillos en un campamento situado en las afueras de la ciudad de al-Dana, en la zona rural del norte de Idlib.
“Desde que nos vimos obligados a desplazarnos desde la aldea de Kafr Nabudah, en la campiña de Hama, en 2019, me he quedado con mis seis hijos en este campamento improvisado, que carece de todos los servicios para atender las necesidades vitales”, dijo Karima a Al-Monitor.
Declaro que su marido fue arrestado en un puesto de control del gobierno sirio hace cuatro años cuando se dirigía a Damasco, y todavía no sabe nada de su destino.
“El alto coste de la vida y la falta de ayuda humanitaria me llevaron a buscar un trabajo para mantener a mis hijos. Cuando me resultó imposible encontrar un empleo, le pedí a mi hermano, que tiene un taller de bloques de cemento, que podía trabajar para él allí para que mis hijos y yo no fuéramos una carga para nadie”, dijo.
A Karima el trabajo le resultaba agotador. Le causaba dolores en el cuello y la espalda, pero “la pobreza y ver las privaciones en los ojos de [mis] hijos son más duras y difíciles”, añadió.
Karima explicó cómo es su jornada diaria: “Todas las mañanas voy con dos de mis hijos, de 9 y 11 años, al taller, y empezamos a preparar la mezcla de cemento y arena añadiéndole agua, luego la mezclamos bien. A continuación, vierto una cantidad determinada en el molde para ladrillos hecho de hierro y presiono con fuerza para que tome la forma del molde. Llevo el bloque y lo pongo a secar al sol y lo rocío con agua a intervalos para que gane fuerza y dureza”. Señala que también carga los ladrillos en vehículos de transporte.
“Recibo 30 liras turcas diarias (2,21 dólares), y el salario aumenta o disminuye según la producción. La cantidad apenas nos alcanza para asegurar las necesidades vitales”, añadió.
Ilham al-Hassan, de 32 años, que vive en un campamento de Deir Hassan, al norte de Idlib, se vio obligado a trabajar en una profesión que resulta incluso difícil para los hombres. Tiene que llevar una pala y romper bloques de roca maciza para luego convertirlos en piedras más pequeñas que puedan utilizarse en la construcción.
“Mi marido está enfermo y no puede trabajar. Yo rompo piedras para ganarme la vida y mantener a nuestros tres hijos”, dijo a Al-Monitor.
A Hassan le resulta muy difícil cumplir con sus obligaciones para con sus hijos, y a veces tiene que llevarlos con ella a pesar de que teme que se lesionen con las astillas de las piedras.
Kawthar Haj Ibrahim, de 27 años, trabaja en un taller agrícola con otras quince mujeres para ayudar a su anciano padre, incapaz de mantener a su familia de nueve miembros. Su trabajo incluye cultivar, cosechar y cargar y descargar sacos de verduras y fertilizantes.
“Cultivamos y recogemos hortalizas y podamos y limpiamos las tierras agrícolas de malas hierbas. A veces tenemos que trabajar en zonas peligrosas y en terrenos cercanos a las zonas bajo control del régimen sirio. Estamos expuestas a los peligros de las balas, las minas y los continuos bombardeos”, explica Kawthar a Al-Monitor.
Se calla antes de añadir: “Tenemos miedo de los sonidos de los bombardeos y de la posibilidad de morir o resultar heridas, pero hemos tenido que aceptar este trabajo peligroso y agotador por necesidad”.
Dice que los terratenientes prefieren emplear a mujeres porque les pagan salarios muy bajos. Por su parte, ella recibe 25 liras turcas (2 dólares) al día por su trabajo. Dijo que el salario es muy bajo y no se corresponde con el esfuerzo y las largas horas de trabajo, pero tiene que seguir adelante por necesidad y por falta de otras oportunidades laborales.
Muhammad al-Said, médico de 35 años de la ciudad de Idlib, expuso a Al-Monitor los peligros del trabajo duro para la salud de las mujeres. “La pobreza y la necesidad económica empujan a las mujeres a trabajar en estas profesiones, [ya que la mayoría] tiene una complexión corporal más débil que no se corresponde con trabajos [físicos] tan duros”.
Señaló que el estrés laboral afecta biológicamente a las mujeres porque sus huesos son más pequeños que los de los hombres y su masa muscular es menor que la de éstos. En consecuencia, sus cuerpos no pueden tolerar un trabajo físicamente esforzado.
Salam al-Kayyal, de 34 años, trabajadora social de la ciudad de Idlib, habló de las razones que empujan a las mujeres a ejercer profesiones arduas que estaban reservadas a los hombres: “Debido a la guerra en Siria, las subsiguientes matanzas, el desplazamiento, la detención y la emigración de los jóvenes, además de los casos de divorcio y la pérdida del sostén de muchas familias, por no mencionar las difíciles condiciones de vida, muchas mujeres se vieron privadas de su sostén, y la responsabilidad de cuidar a sus hijos y mantenerlos recayó sobre sus hombros”.
Salam dijo a Al-Monitor que cientos de campamentos que albergan a miles de desplazados en el norte de Siria no reciben ninguna ayuda humanitaria. Esto ha empeorado sus condiciones económicas y humanitarias y ha obligado a las mujeres a aceptar trabajos peligrosos a cambio de un pequeño estipendio económico que les asegure los requisitos mínimos para vivir.
Las mujeres de Idlib que no tienen cualificaciones educativas ni dinero se ven obligadas a trabajar en profesiones difíciles a pesar de los riesgos que corren en el lugar de trabajo, además de los salarios injustos que se contraponen a las largas jornadas laborales.
Salam señaló que el empleo de las mujeres en Idlib, especialmente de las desplazadas, no es algo opcional, sino que es una realidad impuesta por la dureza de la vida, los altos precios y las duras circunstancias de vida. Por ello, muchas mujeres prefieren el trabajo duro a la necesidad y la amargura. Al menos aseguran los gastos familiares mediante su esfuerzo personal, señaló.
Salam añadió que cuando las mujeres asumen estos trabajos difíciles, sus hijos, su vida personal y su salud se resienten. Esto se manifiesta en los efectos psicológicos sobre las mujeres que se enfrentan a una gran responsabilidad que antes no estaban acostumbradas a soportar.
Pide a los ayuntamientos y a las organizaciones de la sociedad civil que presten apoyo y asistencia a todas las mujeres que mantienen a sus familias y que protejan sus derechos ofreciéndoles ayuda económica, formación y rehabilitación, desarrollando sus capacidades y perfeccionando sus habilidades. Esto las ayudaría a salir de la pobreza y la necesidad y las protegería de la explotación en los mercados laborales, añadió.
Según las estadísticas del grupo Syria Humanitarian Response, las viudas sin sostén en el noroeste de Siria ascendían a 47.771 hasta el 30 de diciembre de 2021. La pobreza alcanzó niveles de récord y superó el 90%, mientras que los precios de los alimentos aumentaron un 400% en el noroeste de Siria, según dicho grupo.
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